domingo, 20 de marzo de 2011

Sociedades de bajo coste y "Deudalismo"

Sociedades de bajo coste y "Deudalismo": "
Javier Benegas

3. Sociedades de bajo coste y Deudalismo
(Modelos sociales hacia el colapso III)

El empobrecimiento paulatino de nuestra sociedad ha desembocado a su vez en dos fenómenos a priori contradictorios: productos y servicios de bajo coste y una tendencia imparable al endeudamiento. Según crece el número de ciudadanos que se encuentran al borde de la pobreza, y la renta disponible de las clases medias mengua, la única forma de que las empresas de productos y servicios de gran consumo puedan mantener y aumentar sus ventas – en espera de que emerjan de una vez los mercados por siempre emergentes - es abaratándolos.

Esta lógica estrategia ha traído consigo, para colmo de males, problemas añadidos que a su vez inciden en el agravamiento de nuestro empobrecimiento social. La deslocalización es el más evidente. Muchas empresas optan por fabricar en el extranjero, instalando sus fábricas en países donde el Estado de bienestar está por desarrollar y que, por lo tanto, ofrecen unos niveles salariales bajos y una conflictividad laboral casi inexistente al amparo, en muchos casos, de gobiernos totalitarios o, en su defecto, de muy baja calidad democrática.

El resultado es poder colocar en nuestro mercado muchos productos y servicios a un precio contenido que, de otra forma, quedarían fuera del alcance de la mayoría de los consumidores: billetes de avión por el mismo dinero que cuesta llenar el depósito de gasolina de nuestro coche, aparatos electrónicos de todo tipo en constante oferta, ropa y calzado a precio de saldo y alimentos precocinados y restaurantes de “comida rápida” que proporcionan por poco dinero una solución de compromiso a una dieta de subsistencia. Claro que no todo es de color rosa. El aumento de reclamaciones de los consumidores es proporcional al auge de los productos y servicios de bajo coste. El overbooking y los constantes conflictos en los vuelos de compañías aéreas Low Cost, creadas como oportunidades de negocio a la sombra de una demanda social cada vez menos pudiente, el aumento imparable del número de reclamaciones por productos defectuosos y la cifra creciente de personas obesas, con problemas de salud a causa de una dieta deficiente, muestran el verdadero rostro de la sociedad de bajo coste.

'este irracional optimismo económico, que ha arrastrado a nuestra sociedad a la mayor crisis de la Historia, es el resultado lógico de una propaganda política masiva, y las consiguientes sinergias provenientes de una determinada clase dirigente en línea con el poder, que ha incentivado sin freno actitudes irresponsables'

Al mismo tiempo que la oferta de bajo coste se ha hecho interminable, ha habido una compulsión creciente hacia la adquisición de productos y servicios premium, articulada en torno al dinero barato y a una política crediticia de bancos y cajas rayana en la relajación total del control del riesgo. Nunca antes en España se han hipotecado más viviendas ni ha habido tantos vehículos de marcas lujosas circulando por las carreteras de nuestro país. La capacidad de endeudamiento que se ha alcanzado ha generado un nuevo y peligroso fenómeno: el Deudalismo. Hasta el punto de que si tuviéramos que devolver en un solo pago el dinero solicitado a crédito (por parte de particulares, empresas e instituciones públicas), sería necesaria una cantidad equivalente a dos veces el Producto Interior Bruto del país para saldar la deuda. Pero para el poder político este imparable aumento del endeudamiento de los ciudadanos ha representado varios beneficios que no sólo han disuadido de cualquier llamada a la prudencia sino que han estimulado una comunicación institucional basada en un eufórico autobombo. De una parte, porque la percepción general ha sido de bonanza económica y de un engañoso progreso social. Y de otra, porque cuanto más consumo interno: más crecimiento económico, más ventas, más IVA, más superestructura, más impuestos, más corrupción y más expolio.

Pero esta compulsión a endeudarse en base a una euforia colectiva, fruto de varios años de dinero barato y crecimiento económico basado sobre todo en el elevado consumo interno y la pura y dura especulación financiera, no ha sido privativa de los ciudadanos, ni mucho menos. Es más, este irracional optimismo económico, que ha arrastrado a nuestra sociedad a la mayor crisis de la Historia, es el resultado lógico de una propaganda política masiva, y las consiguientes sinergias provenientes de una determinada clase dirigente en línea con el poder, que ha incentivado sin freno actitudes irresponsables.

En el paroxismo de este clima engañoso de lucro fácil, los grandes grupos industriales y la banca en su conjunto, se han ido sumando a la propagación de esta ilusión del dinero fácil, anunciando año tras año beneficios extraordinarios a sus accionistas, con plusvalías de miles de millones de euros para, a continuación, aprobar planes estratégicos cada vez más ambiciosos y arriesgados. El resultado ha sido catastrófico. Muchas empresas han optado por ir dejando de lado sus actividades ordinarias y se han embarcado en aventuras mercantilistas, fiadas al puro rendimiento especulativo y al favor político. En un principio, comprometiendo el capital propio y desinvirtiendo en actividades convencionales, y en los últimos años, empeñándose en créditos cada vez más elevados, es decir: endeudándose muy por encima de sus posibilidades.

Ante este panorama, muchos aventajados ejecutivos, y responsables de grandes bancos, han aprovechado para enriquecerse hasta cotas inimaginables; unos comprando y otros poniendo en el mercado productos financieros cuyos activos habían sido previamente sobrevalorados. La codicia ha hecho el resto. El dinero, tanto propio como a crédito, ha sido lanzado en masa en busca de una rentabilidad mayor e inalcanzable para cualquier otra actividad productiva. Cuando las condiciones económicas mundiales han mostrado los primeros signos de agotamiento, y el dinero, en consecuencia, ha empezado a tener un valor más acorde con los precios al alza del petróleo, materias primas y alimentos, muchas de estas grandes empresas, bancos y cajas se han encontrado de la noche al día con que en vez de beneficios y liquidez lo que tenían era deudas colosales. Y, en muchos casos, sus garantías no eran más que planes estratégicos inabordables, productos financieros “creativos”, activos sobrevalorados o hipotecas infladas y concedidas a personas cuya solvencia se había vuelto más que dudosa.

El exceso de liquidez y el bajo valor del dinero, así como la proliferación de actitudes oportunistas, que han desincentivado el trabajo y el esfuerzo, ha traído consigo un modelo económico que, en apariencia, era capaz de generar, en poco tiempo y sin muchos quebraderos de cabeza, una riqueza fastuosa. Esta eufórica percepción de la economía ha sido a su vez trasladada al ciudadano mediante una abrumadora publicidad, tanto pública como privada. Nada era imposible o inalcanzable. No importaba carecer del dinero con el que pagar una propiedad, producto o servicio. La capacidad de endeudamiento era ilimitada. Cualquiera podía acceder a un nivel de vida por encima de sus ingresos mediante el peligroso procedimiento de asumir préstamos cada vez más elevados y prolongados en el tiempo. Los tipos de interés estaban en niveles históricamente bajos, y endeudarse no representaba un excesivo coste financiero. Y nada hacía presagiar que la bonanza económica fuera a llegar a su fin.

Pero el caso es que el Deudalismo, finalmente, ha desembocado en la mayor crisis económica conocida hasta la fecha. El mes de septiembre de 2008 pasará a la Historia por ser el periodo en el que todo Occidente, y con él España, empezó a despertar a la cruda realidad. El tsunami económico alcanzó velocidad de Mach 1, y fueron muchos los incrédulos que por fin pudieron contemplar en primera fila la cresta de la gigantesca ola elevándose sobre el horizonte.

Pero el poder político no va a permitir que millones de ciudadanos despierten a la cruda realidad. Al menos sin la correspondiente dosis de anestesia. Como en toda mala película de suspense, el final va a obedecer a un artificio tramposo que busca hacer un guiño al público menos entendido, mientras hunde en la miseria la capacidad creadora del ser humano. El intervencionismo político, hasta ayer omnipresente como un pésimo actor de reparto, va a asumir sin disimulo la labor estelar de productor ejecutivo para tomar el control a costa de lo que queda del dinero del contribuyente. Incentivados por el dinero barato y unos organismos y entes reguladores politizados, los desmanes y locuras que se han cometido durante estos años no tendrán el merecido colofón. No habrá un final necesario, con su correspondiente moraleja, del que tomar buena nota. Las enseñanzas morales no van con el estilo de nuestro tiempo, donde el héroe es tildado de idiota y los malos resultan a la fuerza simpáticos con tal de que el espectáculo continúe un día más, es decir: pan y circo para todos. No hay nada que aprender. Sólo aceptar la consagración por la vía política de un nuevo modelo económico que se proyecta sobre los cimientos de una colosal deuda. El Capitalismo, por fin muertos y enterrados sus principios, se ha reconvertido al Deudalismo: un nuevo régimen económico, engendrado a partes iguales entre la pura y dura estafa de personajes sin escrúpulos, capaces de usar sus colosales pufos como chantaje, y el intervencionismo de una clase política con la mirada siempre puesta en el mantenimiento de sus privilegios. El antídoto, dicen, se llama socialdemocracia. Así pues, bienvenidos a la instauración del expolio como sistema político.

Pese a todo este desastre, y lo que está aún por venir, la colosal imaginería de esta comunicación que nos envuelve, tanto política como privada, sigue generando realidades virtuales donde sus personajes - seres simples y vacíos de contenido - se nos muestran despreocupados y felices. Hoy más que nunca los ciudadanos vivimos y trabajamos, y nuestros hijos crecen y se forman, en un entorno tomado por una comunicación masiva que difunde de manera incesante modelos sociales artificiales. Dotados de una proverbial sensibilidad hacia los problemas globales, como la pobreza mundial y el cambio climático, estos modelos son una trampa que desactiva todas las alarmas y extingue los valores fundamentales e intemporales, condenando a los individuos a una situación de precariedad personal, donde el fracaso, el relativismo y el descreimiento son el único horizonte posible. Cada vez se hace más evidente, a poco que reflexionemos y analicemos nuestro entorno, que vivimos acomodados en una democracia de baja intensidad que está dando lugar a una sociedad civil de bajo coste – ya casi de saldo -, mientras que la superestructura política se vuelve cada día más gravosa, elitista, autoritaria, voraz e insaciable.

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jueves, 17 de marzo de 2011

Instituto Juan de Mariana: El Estado del Bienestar ha de ser abolido

10/03/2011 - Jorge Valín - Libertad Digital
El Estado del Bienestar ha de ser abolido
Pere Navarro, director general de la DGT, lo ha vuelto a hacer. Ahora nos quiere volver cobrar por usar las carreteras.
No le basta con los impuestos al automóvil, a la gasolina, a las concesionarias, las multas, el impuesto de matriculación. Si sigue así robando al ciudadano y manipulando sus estadísticas, le harán ministro de Economía y Hacienda.

Este es el último ejemplo de la abominación del Estado del Bienestar. ¿Se lo ha cuestionado nunca? Todos los servicios públicos, es decir, estatales, salen de sus impuestos y están orquestados por la organización más ineficiente y corrupta del planeta, el Estado, los funcionarios, los políticos. El Estado del Bienestar es una máquina de quemar dinero que no produce nada, al revés, resta producción y recursos a la economía privada. Tan ineficiente y costosa es, que no se puede mantenerse ni con altos impuestos y déficits. Opciones como las multas, el aumento de la deuda y las pseudoprivatizaciones que va a hacer el Gobierno no dan para mantenerlo.

Esta semana un colegio de Lleida eliminó el comedor a algunos de sus alumnos porque la administración no paga. Un 25% de las quiebras empresariales se deben a que la administración no paga. Esto provoca que en Europa se produzcan 500.000 desempleados anuales. Solo los grandes empresarios con un banco detrás siguen adelante. El enemigo número uno de las pymes es el Gobierno y sus burócratas.

El apego del hombre a las falsas promesas del Gobierno supera toda lógica. Me contaba un amigo argentino que cuando ocurrió el corralito en su país natal la gente no salió a la calle pidiendo más libertad para el ciudadano y menos intromisión estatal, sino "políticos honrados". ¿Pero qué es eso? La mayor de las contradicciones. La casta política no tiene ni un solo incentivo para que le guie hacia el camino de la bondad humana. Viven en un estado de anarquía donde hacen lo que quieren. Son niños mimados con el poder de un emperador absoluto, lo que convierte al Gobierno en una oligarquía.

El ciudadano no ve que la libertad no se gana cada cuatro años en las elecciones, sino cada día. Esta dejadez, apatía y conformismo ha convertido el poder de la sociedad civil en un mercado de esclavos con voto. Podemos elegir cada cuatro años a un amo llamado PSOE y otro idéntico llamado PP.

Contaba Llewellyn H. Rockwell que la socialización de la ontología en Reino Unido ha provocado que "muchos ingleses no tienen más remedio que sacarse ellos mismos las muelas" porque aunque el Gobierno ofrece el servicio, las colas pueden durar años. La conclusión del autor no podía ser más certera: "si acabamos con el capitalismo, pronto estaremos de vuelta a la Edad de Piedra".

Y es que en España nos está pasando lo mismo. La medicina estatal ha conseguido, por ejemplo, que en Canarias el tiempo medio de esperar para que le atienda un especialista sea de 277 días (9 meses). Desde que vamos al médico para explicar nuestras dolencias hasta conocer el diagnóstico pueden transcurrir 134 días para unas pruebas de alergia, 131 días para una resonancia o 128 días para una mamografía. ¿Esto es Estado del Bienestar? Sabe que con lo que le roba la seguridad social tendría usted un seguro de calidad infinitamente mejor, y no hablemos del trato. Volver a los médicos funcionarios no mejora la sanidad, la mata.

Muy probablemente después de las elecciones de mayo habrá otro apretón de tuercas por parte del Gobierno y administraciones locales, ya sean del PSOE o del PP. Las arcas están vacías. Los impuestos, las tasas y las multas han de subir para cubrir "nuestro bien social". La solución no son absurdidades como un "Gobierno inteligente" o un gobernante honrado. Es una cuestión de incentivos humanos. Puede ocurrir que por vocación haya un político honesto, pero en el momento que tiene dinero y poder ilimitado desaparece tal humanismo. Solo hay una solución para combatir la era negra a la estamos abocados, menos Gobierno y más libertad individual. Entre nosotros y el bienestar sobran intermediarios. Es hora de poner fin al Estado del Bienestar y al Gobierno omnipotente.

Juan Morillo Bentué - Los 110 km/h es lo de menos. El problema es el Estado - Ideas

Los 110 km/h es lo de menos. El problema es el Estado
Por Juan Morillo Bentué

Zapatero continúa con sus medidas liberticidas y sin sentido, que jamás se le pasarían a nadie en su sano juicio por la cabeza, especialmente en la situación en que se encuentra España.
Poco después de violar los derechos de los dueños de los bares, a los que ha arrebatado la libertad de decidir si en sus locales se puede fumar o no, el Gobierno ha optado por reducir el límite máximo de velocidad en las autovías de 120 a 110 km/h. ¿Cuál es el motivo, la justificación esgrimida? El ahorro de energía.

Toma ya. Se van superando.

No creo que haya mucha gente que se crea las explicaciones del Gobierno (los expertos han demostrado que el ahorro no llegaría al 2-3%). La madre del cordero, más bien, es el afán recaudatorio del Estado.

Para mí, lo preocupante del caso no son las medidas liberticidas de turno (que también), sino las reflexiones que podemos extraer cada vez que nos las vemos con asuntos como éste. Así, a bote pronto, se me ocurren éstas, que ponen los pelos de punta:

1) El Estado del Bienestar supone un continuo y progresivo avance del intervencionismo en todos los ámbitos de la vida. El Estado tiende instintivamente a expandirse, a acaparar más y más funciones, poder, dinero de los contribuyentes. En su afán de cuidarnos desde la cuna hasta la tumba, el Estado se ha arrogado ilegítimamente la función de eliminar nuestras incertidumbres y toma las decisiones por nosotros (y por nuestro bien).

2) La idea de que el Estado es un instrumento para transformar económica y socialmente las sociedades es compartida por todos los partidos políticos, sin excepción. Lo único que les diferencia son los fines que se proponen alcanzar y los beneficiarios de sus políticas.

3) En las democracias modernas, la división clásica del poder se ha quebrado y los Gobiernos han traspasado los poderes que las constituciones les habían asignado. Lo cual, dicho sea de paso, no hace a la nuestra muy liberal, que digamos, pese a que así la llamen. Hayek llamaba a este tipo de regímenes democracias ilimitadas. En las democracias de este tipo, los resultados no suelen ser los deseados o aprobados por la mayoría de los ciudadanos.

4) El poder político se olvida del interés general para centrarse en los grupos organizados de presión, a los que concede todo tipo de beneficios. Esto es lo mismo que decir que los Gobiernos se centran exclusivamente en sus propios objetivos, que suelen reducirse a uno: la conservación del poder. Los políticos actúan praxeológicamente, no catalácticamente.

5) Si algo caracteriza al Estado democrático actual es la hipertrofia legislativa y la mentalidad constructivista en las ciencias jurídicas. La ley se ha convertido en un medio para conseguir fines políticos. El Estado democrático se ha convertido en una institución moral. Se adueña de la moral y la legisla, es decir, elige los fines que deben perseguir los individuos y los impone.

6) El único que jamás tiene la menor intención de ahorrar es el Estado. Ahora, sorprendentemente, nos dice que la reducción del límite de velocidad es para que ahorremos. Quiere estimular el ahorro privado, lo cual a mí me parece perfecto; pero viniendo el estímulo de un Gobierno que ha gastado como si no existiese mañana y ha apoyado sin reparos el consumo frente al ahorro para revitalizar la economía (¡viva Keynes!)... pues como que no me lo creo.

7) El individuo adulto espera que el Estado elimine de la vida la crueldad y la incertidumbre, y que le compense por los sufrimientos, las frustraciones y las necesidades inherentes a la propia vida. Vivimos en sociedades infantilizadas donde la gente rehuye sus asuntos y sus responsabilidades, que confía al Estado. Gente, por tanto, que entrega su libertad y su autonomía.

8) El Estado utiliza las crisis para aumentar su poder y proponerse como solución a los problemas que él mismo ha creado. Es la paradoja del intervencionismo.

9) El Gobierno dice que quiere acabar con la dependencia energética, pero se niega a liberalizar el mercado energético y a confiar en la energía nuclear (que compramos a Francia).

10) El Estado no se puede limitar. Lo siento por los liberales ingenuos que creen en la división de poderes y las constituciones, pero el poder no se divide.

Esto, como digo, son reflexiones que se me ocurren a bote pronto. Por eso decía antes que la reducción de la velocidad es lo de menos, teniendo en cuenta lo que estamos viviendo y lo que se nos viene encima.



© Instituto Juan de Mariana

domingo, 13 de marzo de 2011

Sociedad terminal (IV-2): Simplicidad e incoherencia

Sociedad terminal (IV-2): Simplicidad e incoherencia: "
Javier Benegas

2.- Simplicidad e incoherencia

Durante años, este modelo, junto con sus signos estéticos, sus valores y su innegable vinculación ideológica, ha sido reproducido en multitud de acciones de comunicación, anuncios, actos, programas televisivos, fotografías, reportajes y eventos. Innumerables personajes lo han adoptado como propio y lo han exhibido en sus signos estéticos y en sus mensajes como modelo a imitar. Y su éxito ha sido innegable, no sólo por el nivel de propagación sino por la relevancia alcanzada y el grado de preferencia que ha logrado sobre el resto de modelos.

Sus mensajes, aún sin posibilidad alguna de interactuar con la realidad y de articularse de forma lógica, logran una y otra vez bloquear cualquier cuestionamiento racional gracias a su indudable atractivo, reduciendo cualquier discusión a cuestiones superficiales que, básicamente, se someten a binomios elementales como bueno o malo, guerra o paz, vida o muerte, ecologismo o contaminación, igualdad o desigualdad, solidaridad o egoísmo, simpático o antipático, moderno o antiguo. En una argumentación más práctica y realista, el modelo entraría en incoherencias como es el caso de defender la vida al mismo tiempo que se aboga por el aborto libre, o hablar de solidaridad siempre y cuando se trata de seres humanos de otras culturas o religiones o del Tercer Mundo, mientras que para con el vecino más cercano no existe en general una excesiva consideración, o defender presuntamente el ecologismo cuando se ignora que fabricar una sola placa de células solares genera una enorme cantidad de contaminación. Es la sencillez y el atractivo inmediato los que dinamizan al modelo. Y, al mismo tiempo, esa simplicidad lo limita produciendo numerosas incoherencias incompatibles con su longevidad.

A fin de cuentas, se trata de un modelo que, al margen de los mensajes grandilocuentes, no es capaz de integrar otros valores vitales para el individuo tales como el esfuerzo, el mérito personal, el trabajo y la responsabilidad. Y no sólo es que no los incorpore, es que provoca su extinción, liberando al individuo de esa pesada carga y proporcionándole engañosamente la promesa de una existencia trascendente a la vez que ausente de sacrificios. Según este modelo, un ciudadano puede renunciar al esfuerzo y a la responsabilidad personal al mismo tiempo que adquiere la capacidad de instaurar la paz mundial, defender la ecología y luchar por la igualdad y la solidaridad universal. Dentro de este modelo, cualquier individuo, sin necesidad de esfuerzo, es potencialmente un triunfador. No hace falta el estudio y el costoso aprendizaje, no ya para superar con éxito los retos cotidianos sino tampoco para saber cuál es la verdadera dimensión de los problemas que ponen en riesgo a la sociedad en la que viven, la dinámica de los mismos y sus complejas interacciones. Es tan simple como sumarse a un modelo social determinado y, una vez todos juntos, cambiar el mundo.

Al final, esta ventaja estratégica: la simplicidad, deviene en error “genético” y actúa como un virus que se activa tan pronto como el modelo empieza a reaccionar con la realidad, desmontando poco a poco el artificio. La personas que adoptan el modelo, sus signos externos y sus mensajes grandilocuentes, están predestinados como todos los demás a interactuar con el entorno más inmediato y a poner a prueba sus propias habilidades personales, es decir: todas aquellas cualidades propias de los valores convencionales que el modelo vigente ha extinguido. Y aquí es cuando empiezan los problemas. En un primer momento, las carencias pasan desapercibidas y quedan enmascaradas por el entorno que, en gran medida, está proyectado a imagen y semejanza del propio modelo. Pero es cuestión de tiempo que uno reciba mensajes diferentes, experimente planteamientos desde otras perspectivas y se enfrente a situaciones cotidianas que el modelo por sí mismo es incapaz de resolver.

Los mensajes inherentes al modelo permiten durante un tiempo evitar cualquier cuestionamiento al imposibilitar de raíz debates racionales, y reaccionar una y otra vez con respuestas simples y bipolares, es decir: bueno / malo, guerra / paz, ecológico / contaminante, moderno / antiguo. Pero, en la vida cotidiana, basar cualquier decisión personal en discriminaciones que no van más allá de bueno o malo, justo o injusto, ecológico o contaminante, paz o guerra, resulta del todo imposible: se hace necesaria una formación racional más compleja que tenga en cuenta la realidad inmediata del individuo. El modelo en sí puede resultar muy atractivo y sugerente, e incluso hacernos creer que detrás tiene mucho más que ofrecer. Pero lo cierto es que esas expectativas nunca se llegan a cumplir. En el día a día, la experiencia individual se va imponiendo y se van definiendo los verdaderos límites. Los efectos de esta traumática experiencia son diversos y producen a su vez diferentes reacciones. Por un lado, están quienes limitan su adhesión al modelo a cuestiones meramente cosméticas o interesadas que no exigen un verdadero compromiso, mientras que en su trabajo y demás cuestiones íntimas toman las decisiones en función de sus intereses particulares. Por otro, están quienes, desconcertados e incapaces de racionalizar lo que les sucede, se dejan arrastrar hacia la militancia más vehemente, o bien se desmoronan y se transforman en individuos apáticos, que tienden al relativismo y a rehuir toda responsabilidad. Y, por último, están quienes poco a poco van desechando el modelo y tratando de adaptarse a la realidad por sí mismos.

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Modelos sociales hacia el colapso (I)

Modelos sociales hacia el colapso (I): "
Javier Benegas

1.- Empobrecimiento social

Hoy, al margen de cualquier situación de crisis económica pasada, presente o futura, se puede constatar una alarmante proceso de empobrecimiento social. Es decir, estamos incursos desde hace ya años en una profunda crisis social. Si analizamos la evolución de la sociedad española desde los años 80 del siglo XX hasta la actualidad, comprobaremos que la clase media se encuentra en una tendencia de imparable recesión, camino de su desaparición o transformación en segmento marginal.

Hoy día la cifra de unidades familiares con ingresos superiores a 20.000 euros (tasa mínima anual para la clase media en la actualidad) han decrecido de manera notable en comparación con otras épocas, aumentando, por otro lado, los extremos: los ricos y los pobres. Desde el año 2000, la clase media ha perdido casi un millón de integrantes: 900.00 ciudadanos han pasado a formar parte de los segmentos más desfavorecidos. Mientras las minoritarias clases altas se han triplicado, un 58% de los ciudadanos (11 millones de trabajadores) gana en la actualidad 1.000 euros o menos, de los cuales un 30% se pueden considerar en el umbral de la pobreza y otro 20% extremadamente pobres.

'La actitud de los líderes políticos a día de hoy insiste en mantener un elevado grado de desinformación y contraponer a los acuciantes problemas sociales, modelos que se sostienen mediante reivindicaciones puramente cosméticas'

La tendencia al empobrecimiento generalizado de los ciudadanos no es privativa de España sino que se reproduce por toda Europa y, más recientemente, en EE.UU. Con esta situación social, cuando los efectos de la actual crisis se trasladen con toda su intensidad a los ciudadanos, el proceso de degradación pasará de ser alarmante a categoría de verdadera emergencia. Pero, pese a este inquietante panorama, en lo que a España se refiere, la constante imposición de modelos sociales inoperantes sigue imparable. La actitud de los líderes políticos a día de hoy insiste en mantener un elevado grado de desinformación y contraponer a los acuciantes problemas sociales, modelos que se sostienen mediante reivindicaciones puramente cosméticas, cada vez más alejadas de las cuestiones directamente relacionadas con la supervivencia de los ciudadanos.

El cuadro que se va dibujando con la actual distribución de la riqueza en España es más propio de un país emergente que de uno desarrollado. Pero si tenemos en cuenta la tendencia de cara al futuro, el panorama se presenta aún peor. Pese a esta tenebrosa perspectiva de empobrecimiento general de la población, lo que se incentiva desde el poder político son los modelos sociales artificiales, que anulan la capacidad individual del ciudadano para mejorar su futuro y le condicionan a tener que conformarse con interactuar como una parte irrelevante e indiferenciada de determinados colectivos, para terminar por combatir en muchos casos – eso sí, incruentamente y con cierta galbana – contra enemigos imaginarios, e incluso, y sin ser concientes de ello, contra sí mismos.

Dentro de este panorama de empobrecimiento generalizado, una muestra evidente del poder de destructivo de estos modelos sociales artificiales es, por ejemplo, que en un país sin prácticamente recursos energéticos como es España, se mantengan vigentes posturas políticas presuntamente progresistas-ecologistas que, mediante un discurso emocional y catastrofista, bloquean cualquier debate sobre el gravoso e ineficaz modelo energético.

Nuestro grado de dependencia de los recursos energéticos procedentes del exterior supera el 80%, cuando en países de nuestro entorno como Francia o Alemania ese nivel se reduce justamente a la mitad: el 40%, debido, entre otras razones, a que estos países han sabido conservar su libertad de decidir en función del interés general sin someterse a modelos sociales politizados. Aquí, en España, la implantación desde el poder político presuntamente progresista de los modelos sociales vigentes imposibilita de forma automática cualquier alternativa que no sea conforme a las consignas que se articulan a través de estos modelos. Es decir, tropezamos una y otra vez con los ya familiares y destructivos planteamientos bipolares de “bueno o malo” que arrancan de raíz cualquier posibilidad de debate racional.

La energía nuclear, tras años de demagogia ideológica, se ha convertido en anatema. Y el hecho de que la negativa a producirla en mayor escala se traduzca en tener que traerla desde Francia se oculta a la opinión pública. Por el contrario, gracias a la “dictadura” de los modelos sociales artificiales, la producción de energías alternativas como la eólica o solar gozan del favor político. Pero, pese al constante auge de estas últimas, lo cierto es que su peso específico dentro del cómputo total de la demanda sigue resultando desesperadamente irrelevante. Por el contrario, los costes de generación son muy elevados, a lo que hay que sumar el gasto añadido que representa para el Estado tener que subvencionarlas con dinero de los contribuyentes. Con todo ello, y gracias al triunfo de unos modelos sociales que impiden al ciudadano trascender a los clichés y ejercer un juicio racional en favor de su propia supervivencia, nos encontramos con varios efectos destructivos. El primero, mantener un elevado nivel de contaminación al seguir necesitando, pese a toda propaganda, la generación de electricidad mediante centrales térmicas. El segundo, dedicar una enorme cantidad de recursos económicos a la compra en el exterior de petróleo y de energía nuclear ya generada, lo que supone un imparable déficit en nuestra cuenta corriente que nos empobrece. Tercero, la imposibilidad de ser competitivos al tener que imputar unos costes energéticos muy elevados sobre la unidad de producto fabricado. Y cuarto, al repercutir sobre el consumo privado de las familias unos precios de tarifa cada vez más altos.

Así, la imposición de estos modelos sociales por parte del poder político, lejos de representar algún progreso tangible para la sociedad, lo que suponen es un aumento imparable de la pobreza. Y eso tan sólo en lo que a la política energética se refiere. Valores politizados, manipulados y sin duda llevados al extremo de ser convertidos en valores sintéticos para ser fáciles de integrar en los modelos sociales a propagar, generan efectos enormemente destructivos sobre la sociedad civil. La ecología y la sostenibilidad, tal cual son difundidos hoy día por infinidad de canales de comunicación, no son conceptos cuyo sentido esté sujeto a la realidad y al juicio de la razón, sino que se han transformado en consignas cuyo significado se ha desvirtuado. Y como tales colisionan con la realidad produciendo un daño irreparable.

No es en absoluto ecológico condenar a toda una sociedad a contaminar más, ni tampoco es sostenible que un país deba importar diariamente millón y medio de barriles de petróleo del exterior. Por otro lado, no se logra ningún beneficio social al hundir nuestra competitividad por culpa de los costes energéticos, como tampoco ayuda a mejorar el panorama de las nuevas generaciones el dejarles como legado un déficit exterior que les va a resultar imposible pagar.

Empobrecer a toda la sociedad mediante una estrategia de extinción de valores fundamentales y su suplantación por otros sintéticos que no pasan de ser simples caricaturas, no es precisamente algo que esté en línea con el progreso y el Estado de Bienestar. Muy al contrario, se está poniendo en grave riesgo los logros sociales y se hace imposible reconducir la situación actual. Pero detrás de este empobrecimiento general de la sociedad se esconde una estrategia política que va más allá. Unos segmentos sociales más debilitados y alienados se vuelven más dependientes del Estado y, por tanto, del poder político. El ejemplo más claro lo tenemos en Andalucía, donde tras décadas de un grandioso derroche del dinero de los contribuyentes, en teoría con el fin de buscar la convergencia con las regiones más desarrolladas, el empobrecimiento social, lejos de remitir, ha sido vertiginoso y ha avanzado en paralelo a la imparable política del subsidio en cualquier forma. Esta situación favorece sin ninguna duda a los discursos populistas que de manera creciente se están generando desde la clase política española.

Los ciudadanos, cada vez más empobrecidos, acomodados e incapacitados para buscar salidas por sus propios medios, vuelven la mirada hacia las administraciones públicas y hacia el poder político en demanda de ayudas sociales. El resultado es el aumento constante del grado de dependencia, que a su vez redunda en un mayor intervencionismo de lo público en lo privado, el auge imparable del nepotismo, la corrupción y el clientelismo.

Esta situación, hasta ayer exclusiva de algunas regiones, amenaza con extenderse al conjunto del país a la vista del empobrecimiento social generalizado. Y añade otro factor inquietante. Ante el incremento del número de personas que dependen para subsistir de las ayudas estatales y que, por lo tanto, dejan de crear riqueza para el conjunto de la población, el Estado opta por recaudar más dinero de los segmentos sociales productivos (las clases medias) para sostenerse, aumentando la presión contributiva y la intensidad del expolio, lo que a su vez redunda en el empobrecimiento paulatino de los contribuyentes netos. El resultado es un circulo vicioso que se retroalimenta, acelerando vertiginosamente el empobrecimiento de la sociedad.

Sea cual sea la crisis económica en curso, es evidente que las políticas intervencionistas, y muy especialmente las presuntamente progresistas, están contribuyendo decisivamente al agravamiento de una crisis social profunda de la que muy pocos personajes relevantes hablan pese a que es ya un hecho incontestable. Los ciudadanos somos cada vez más vulnerables, menos autosuficientes y más dependientes. Más y más individuos que, o bien fueron en su momento seducidos por los modelos sociales politizados, o bien lo serán irremediablemente en el futuro, terminan sumándose, por pura necesidad y falta de alternativas, a los discursos populistas y serán sometidos por los valores sintéticos difundidos desde el poder político.

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Modelos sociales hacia el colapso (II)

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Javier Benegas

2.- Mileurismo

En la sociedad española actual, tal cual está el panorama, todo es susceptible de empeorar. Gracias a un empobrecimiento imparable que extingue a buen ritmo a las clases medias - reducto último de la sociedad civil con alguna capacidad de respuesta -, los segmentos sociales que van proliferando están cada vez más a merced del poder de la comunicación en cualquier forma. A fin de cuentas son fruto en buena medida de esta grandiosa obra de ingeniería social, y su naturaleza les hace ser por definición poco resistentes a sucesivas manipulaciones y mutaciones.

Las nuevas generaciones, dejadas al albur de un sistema educativo ineficiente, donde el principio de autoridad está abolido y el valor del esfuerzo carece de vigencia, van poco a poco deslizándose por una suave pendiente de autocomplacencia y relativismo. Las familias de las que provienen, imposibilitadas ya de proveerles como antaño de nuevas oportunidades y de contrarrestar los infinitos y destructivos estímulos que reciben de casi todas partes, lentamente van renunciando a la educación en casa y a la necesaria inculcación de principios y valores, dando la batalla por perdida. En la actualidad, a la hora de hablar de la labor propia de maestros y docentes y del fracaso del sistema educativo en sí, es algo recurrente devolver la pelota a los padres y hacerles responsables en gran medida de este desastre. Y puede que sea cierto. Pero si se analiza con detenimiento la situación real en la que se han de desenvolver las familias, esta conclusión resulta demasiado interesada.

Hoy día, en las familias con hijos, lo habitual es que ambos cónyuges trabajen. Esto se debe a dos motivos: al mismo tiempo que se ha impuesto la norma de que las personas sólo pueden realizarse a través del ejercicio de una profesión, lo que ha llevado a la mujer en masa al mercado laboral y a dejar el hogar en segundo plano, el constante aumento del coste de la vida hace cada vez más inviable que una familia salga adelante sin que ambos, hombre y mujer, trabajen y aporten conjuntamente los ingresos con los que cubrir las necesidades de la unidad familiar. Esta circunstancia, unida en el caso español a unos horarios laborales incompatibles con la conciliación familiar, trae consigo un menor contacto de los padres con los hijos. En las grandes ciudades, esta falta de dedicación a la educación de los hijos se agudiza al tener que destinar un tiempo añadido a los desplazamientos desde casa al trabajo y viceversa, el cual se calcula que oscila de 90 a 120 minutos diarios. El resultado es que entre semana muy pocas familias pueden compartir el momento de la comida y una mínima sobremesa: padres e hijos comen fuera. Además, una vez finalizada la jornada laboral, y tras haber dedicado tiempo y paciencia al trayecto de vuelta a casa, se encuentran cansados cuando no agotados. Y es en ese momento del día, en el que la familia por fin está reunida, cuando la televisión hace acto de presencia, asume el control y empieza la incesante lluvia de mensajes, valores sintéticos y modelos sociales artificiales. La programación, de muy baja calidad, con shows y teleseries cuyos contenidos van desde las pasiones más bajas hasta el humor más chabacano; los informativos, saturados de sucesos y violencia sin aviso previo; y la publicidad, que en horario infantil desliza con demasiada frecuencia spot sólo aptos para adultos cuando no son otros donde lo friki es el leitmotif, cumplen una indeseable labor educativa en niños y adolescentes en sustitución de la función propia de los padres. Estos contenidos, que los más jóvenes obtienen a cambio de la necesaria relación con los padres, no terminan con la jornada. Al día siguiente continuarán vigentes en las conversaciones que van a mantener en el colegio con compañeros y amigos, muchos de los cuales se encuentra en una situación familiar igual o similar a la suya.

Toda esta problemática, además de obrar daños irreparables en el proceso de maduración de los jóvenes, se ha instrumentalizado por parte del poder político, que, lejos de ayudar a las familias, ha dado una vuelta de tuerca más en su omnipresencia en la vida privada de los ciudadanos. La “solución” propuesta desde el Gobierno es la de crear una nueva asignatura, mediante la que sumar a los más jóvenes a los modelos sociales politizados. La Educación para la Ciudadanía, además de tener un nombre que parece extraído de una novela de George Orwell, es a todas luces una asignatura más propia de un estado totalitario que de una democracia occidental consolidada.

Los ciudadanos que no adquirieron los conocimientos necesarios cuando debían, terminan siempre por ser un problema. Pero representan un problema aún mayor aquellos que, además de no haber adquirido los conocimientos necesarios, tampoco han desarrollado en su juventud el hábito del esfuerzo. Estos últimos serán casi irrecuperables y estarán destinados a permanecer por siempre en el entorno del mileurismo. Así que cuanto mayor sea el fracaso escolar y menor la influencia familiar, mayor será el número de candidatos a engrosar y permanecer por tiempo indefinido en el segmento de los mileuristas y, en consecuencia, más grande se hará el problema. Para complicar aún más las posibilidades de regeneración social, un gran número de estos ciudadanos, influenciados por una cultura casi exclusivamente televisiva y/o mediática, bajo la cual apenas sobreviven unos conceptos básicos y unos valores intemporales, son fácilmente manipulables a través de la propaganda. Al no tener como referencia modelos claros y consistentes, están en disposición de asimilar o imitar aquellos que son la tendencia en cada momento, sobre todo si se acompañan de la promesa de un menor esfuerzo y un mayor subsidio. Por otro lado, al ser personas condenadas a una baja relevancia social y sin expectativas, prefieren relativizar lo que sucede, pudiendo llegar en ocasiones a confundir la realidad con la ficción, y entendiendo su propia vida como si se tratara de una teleserie de bajo presupuesto e imaginándose a sí mismos como sus personajes.

Es muy posible que se deba a ello que, de un tiempo a esta parte, se reaccione con tanta emotividad lacrimógena y vehemencia frente a determinados sucesos que son difundidos machaconamente por un gran número de medios de comunicación. Sea o no causa y efecto, resulta evidente que existe una mayor compulsión hacia un protagonismo infantil y una actitud exhibicionista que se agudiza cuando un suceso es elevado a la categoría de fenómeno social. De lo que no hay duda es que esta propensión al exhibicionismo emocional es utilizada por el poder político como mecanismo de control y movilización. Por su parte, los canales de información proporcionan cobertura, difundiendo con gran profusión de medios la falsa imagen de una sociedad reactiva y beligerante, cuando en realidad se trata de ejercicios de histeria colectiva, más próximos a una terapia de grupo que a movilizaciones espontáneas de la sociedad civil con algún objetivo duradero. Al final, estos artificios quedan reducidos a manifestaciones puntuales de una gran multitud de individuos que, por un tiempo breve y con valor perentorio, liberan un sentimiento superficial tendente a lo lacrimógeno y que, sobre todo, están muy atentos a salir en la foto. Cuando estas impostadas convulsiones multitudinarias cesan - y tan pronto como los medios de comunicación pasan página, las lágrimas se secan -, desaparecen los ecos de la impostura sin dejar rastro y todos vuelven a sus quehaceres, de nuevo dependientes de la programación televisiva y abonados a los shows y teleseries populistas con los que se reconfortan al ver representados modelos sociales que les resultan oportunamente familiares.

Ni todo mileurista que encaja dentro de un perfil actúa de igual manera (hay personas que, pese a toda limitación, desarrollan una capacidad de lucha que es innata al ser humano), ni todo mileurista responde a un mismo perfil. También existen ciudadanos procedentes de familias que en su momento se preocuparon por proporcionarles la mejor formación que pudieron pagar, cuyos estudios y preparación son superiores a su nivel de ingresos y que desarrollan un trabajo en trance de permanente provisionalidad. Suelen ser personas jóvenes - y no tan jóvenes - que se dedican a actividades más cualificadas pero mal remuneradas, y se encuentran atrapados dentro de un mercado laboral precario que sólo ofrece trabajos temporales con los que resulta imposible desarrollar una carrera profesional con proyección. Las razones de esta paradoja son variadas. Pero la primera y fundamental es la propia naturaleza del tejido productivo, que depende abrumadoramente de la demanda de empleo generada por las pequeñas y medianas empresas (se estima que más del 70% del empleo total depende de las PYME). Y éstas son cada vez más dependientes de los grandes grupos de presión que dominan el mercado y las oportunidades de negocio en su origen, a través de posiciones dominantes y de las oportunas conexiones políticas.

En cierta forma podemos decir que hoy día existe un impuesto de actividad económica encubierto que proviene de la falta de separación entre lo público y lo privado, lo que genera una corrupción cuyos costes son cada vez más elevados. Y estos costes se repercuten en el tejido productivo, es decir: en las pequeñas y medianas empresas y en los trabajadores, dando lugar a una masa laboral con ingresos bajos y a una falta de especialización y competitividad endémicos. En un contexto así, una de las soluciones de compromiso que se propone es compensar a las pequeñas y medianas empresas con una reducción de impuestos para elevar sus beneficios e incentivar de forma realista una inversión necesaria en I+D+I, acorde con los tiempos que vivimos. Esta solución, aunque no es la panacea, permitiría a muchas pequeñas y medianas empresas tener una mayor proyección en el mercado interior e incluso exterior y, gracias a ello, generar puestos de trabajo más cualificados y mejor remunerados. Pero, a largo plazo, sería sólo una solución de compromiso. Las verdaderas medidas a tomar son otras mucho más comprometidas y difíciles: aquellas encaminadas a revertir la actual situación de deterioro político y corrupción galopante.

Independientemente del perfil que corresponda en cada caso, y del tipo de respuesta que desarrolle cada individuo por separado, el mileurista es el resultado de un sistema básicamente manipulador y depredador que, por un lado, extingue los modelos sociales consistentes y, por otro, imposibilita el desarrollo de un tejido productivo competitivo al repercutir sobre la sociedad unos costes insostenibles que la van empobreciendo. Millones de ciudadanos, incapacitados para mejorar su situación y sin expectativas, no encuentran motivación. Con el paso del tiempo y sin posibilidad de mejora en sus condiciones de vida, se vuelven vulnerables a cualquier estímulo que les haga olvidar su frustración, aunque sea de forma pasajera. Muchos de ellos echan la culpa al sistema – no sin parte de razón – y se rinden a los modelos sociales progresistas y a sus mensajes populistas, contribuyendo sin saberlo al agravamiento del problema al mantener en el poder a una casta política que es la máxima expresión de la perversión del sistema, que derrocha y expolia a la sociedad a partes iguales y acelera de manera vertiginosa el empobrecimiento social. Otros, no se abonan a tendencia alguna, simplemente se dejan estar y quedan a merced de un universo mediático con el que evadirse de la realidad. Su compromiso social se reduce a votar cada cuatro años, dejando el sentido de su voto a expensas de quién domine el mayor número de canales de comunicación.

A todo lo dicho anteriormente hay que añadir que, desde hace unos años, el fenómeno de la inmigración ha venido a acelerar el imparable proceso de conversión social al mileurismo. Por una parte, porque la inmensa mayoría de inmigrantes directamente pasan a engrosar la masa social de mileuristas. Y, por otra, porque ante la necesidad acuciante, muchos llegan a realizar su trabajo cobrando menos de mil euros mensuales. Estas dos circunstancias son fuente de conflicto entre individuos que, a fin de cuentas, se encuentran en una situación de pobreza, falta de expectativas y precariedad laboral muy semejante. En tiempos de crisis económica y de imparable aumento del desempleo, la conflictividad social en este amplísimo y diverso universo mileurista previsiblemente irá en aumento. Entre tanto, el poder político, con el fin de preservar sus privilegios, trata de confundir a todos ellos aumentando el tono populista de sus mensajes, prometiendo nuevos subsidios y elevando el nivel de dependencia, a la vez que pone un gran empeño para adaptar sus modelos sociales artificiales a las nuevas circunstancias. Se adula a los mileuristas mientras se señala con el dedo a enemigos imaginarios como responsables de sus penurias y, con el fin ganarse el favor de los ciudadanos inmigrantes, se difunden mensajes de integración que carecen de verdadero contenido. Todo ello enmarcado dentro de un eje de comunicación buenista, mediante el que la perversión de los valores y conceptos alcanza cotas desconocidas. El término “xenófobo” se instrumentaliza y pierde su verdadero significado, y se generan polémicas artificiales que impiden cualquier planteamiento racional capaz de abordar el problema más allá del inmediato interés electoralista. A mi juicio, para este sistema partidocrático, los mileuristas son estrictamente una bolsa de votos que consideran por naturaleza muy cercana a sus modelos sociales artificiales y, por tanto, deben ser fácilmente manipulados. Con todo ello, los problemas, lejos de ser resueltos, son reducidos una vez más a una estrategia propagandística, mediante la que integrar a los mileuristas dentro de su proyecto de ingeniería social como una pieza más.


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lunes, 21 de febrero de 2011

Sociedad Terminal. (III-2)

Sociedad Terminal. (III-2) La estrategia perfecta y sus efectos
de Las Clases Medias
Javier Benegas

3.- La estrategia perfecta y sus efectos

Desde que el marketing político fue introducido en la vida social española con bastante éxito por parte de un partido político concreto, han ido sumándose canales y medios a la difusión de determinados modelos sociales. El secreto de este sistema de implantación de modelos, que emana desde una estrategia partidista determinada hasta penetrar e imponerse en múltiples canales de comunicación a priori no relacionados, es muy sencillo: consiste en reducir una ideología política a la categoría de producto de gran consumo, y, de ahí, elevarla al nivel de tendencia o moda, usando para ello todos los canales de comunicación disponibles.

Esa es la clave del éxito para su implantación cultural. Lo que empieza siendo una serie de consignas y mensajes desde una sede política determinada, puede derivar en tendencia social y moda si se realiza la correcta codificación de los mensajes y signos estéticos, si estos se difunden masivamente a través de los canales disponibles y si, todo ello, se hace en el orden correcto.

Al cabo de un tiempo, lo que inicialmente era una cuestión más o menos ideológica, se ha transformado en una estrategia basada en modelos sociales, los cuales son codificados mediante mensajes y signos fácilmente reproducibles y reconocibles y están perfectamente diseñados para ser impuestos a costa de los modelos sociales preexistentes. Para lograrlo, todo medio es poco y todo canal insuficiente. Hay que emplear hasta el último recurso. Primero, los medios de información afines ya existentes y los nuevos medios adjudicados mediante concesiones administrativas por el poder político, asumen como propios estos modelos, difundiéndolos mediante los personajes adecuados, con sus caracterizaciones, indumentaria, actitudes impostadas y cualquier otro recurso. Incluso, algunos periodistas de estos medios van a adoptar el look correspondiente cual uniforme de campaña, y con él desfilarán por entrevistas, programas televisivos y tertulias difundiendo los mensajes. En segundo lugar, la desbordante publicidad institucional sirve también como escenario perfecto para recrear los modelos sociales estratégicos y trasladarlos a la vida cotidiana de los ciudadanos hasta convertirlos en familiares. No importa que en tu entorno privado no te encuentres con demasiados modelos semejantes. Si están en la televisión de manera regular, se convertirán en modelos imitados y consecuentemente reales, es sólo cuestión de tiempo. En tercer lugar, entran en juego los diversos colectivos dependientes del poder político en cuestión, que, casi al unísono, van a adoptar uno tras otro como propios los rasgos diferenciadores del modelo o modelos al uso para ayudar a su difusión. Aunque no muy numerosos en afiliados, estos colectivos van a disfrutar del respaldo económico y mediático necesario en cualquier acto o evento para magnificar su dimensión social y su impacto en la opinión pública.

El llamado mundo de la cultura - la oficial, claro está -, previamente adulado y subvencionado por el poder político, además de sumarse con entusiasmo a esta orgía de mensajes y signos estéticos, va a proporcionar una basta cobertura “creativa” con la que añadir un bagaje a los modelos en promoción: películas y teleseries llenas de personajes que reproducen a la perfección dichos modelos, comedias con las que ridiculizar a los modelos sociales preexistentes, canciones y letras, mitologías y mitomanías diversas, y, como colofón, solemnes declaraciones mediáticas de los más aventajados creadores que confieren a todo el conjunto una dimensión fingidamente trascendente.

Con toda esta batería escénica, poco a poco el modelo social a promocionar se va volviendo muy familiar y reconocible para el público en general. Y, para volverlo aún más seductor, se le integran, además de los signos estéticos, valores genéricos y grandilocuentes como la ecología, la modernidad, la solidaridad y la igualdad. Aunque parezca increíble, detrás de estos valores no hay un discurso complejo. Es más que probable que no exista ningún discurso por suponer una carga demasiado pesada a la hora de propagar los nuevos modelos sociales cual virus. El secreto está ante todo en la facilidad con la que pueda replicarse y propagarse el modelo. Es de máxima importancia que cualquier persona sea capaz de imitarlo sin dificultad. Si al modelo se le confiere una personalidad intelectual perfectamente desarrollada, podría ralentizar e incluso hacer fracasar su implantación masiva. Se trata de propagar un producto con rapidez y eficacia, no de incentivar debates racionales. Para dotar al modelo de cierta enjundia, ya están previstos los profesionales adecuados, que interpretarán perfectamente – o al menos eso se espera de ellos - el papel de líderes-gurús en el momento oportuno.

A estas alturas es muy posible que todo este complejo proceso parezca inverosímil cuando no inviable. Pero lamento decir que este tipo de dudas sólo podrían tener alguna consistencia en una sociedad donde el poder político estuviera controlado y limitado de forma eficaz por las instituciones oportunas y la propia sociedad civil. Y, en el caso de España, ese control resulta casi inexistente. Muy al contrario, es el poder político quien tiene carta blanca para interferir en el sector privado y someter a la sociedad civil, y de hecho lo hace constantemente - además de por la vía legislativa - mediante los presupuestos, tráfico de influencias y suplantación de valores.

Recordemos, por ejemplo, la enorme importancia estratégica de los presupuestos destinados a la publicidad institucional, y la presión creciente que se ejerce con ella en los medios de información. Hagamos memoria de cómo grupos industriales al completo se ven en la tesitura de tener que estar en línea y participar activamente en la difusión de mensajes con una clara intencionalidad política. Y sumemos un sinfín de colectivos e instituciones privadas que subsisten casi exclusivamente gracias a las dotaciones presupuestarias de la Administración. Periodistas, empresarios, artistas y un gran número de profesionales de la sociedad civil, hacen su trabajo, realizan sus negocios y, en definitiva, subsisten bajo una creciente presión política que en muchos casos se ha vuelto dependencia. Los propios sindicatos, presentes en el tejido productivo, y omnipresentes en determinados gremios profesionales vitales en el mundo de la comunicación y el espectáculo, pueden seguir existiendo gracias al dinero público. Y, por si fuera poco, reciben adicionalmente más de 160 millones de euros en dotaciones extraordinarias para realizar labores de formación profesional en exclusiva. Es más, no pocas grandes empresas, cuyo negocio se basa en productos de gran consumo, tienen que asumir servidumbres, algunas de las cuales podrían estar también relacionadas con la réplica de determinados modelos en sus campañas de publicidad a la vista de sus realizaciones. De cualquier manera, y dadas las circunstancias, es seguro que siempre es mejor agradar a la administración y hacer algún guiño de cuando en cuando que exponerse a despertar los recelos de los políticos. Nunca se sabe qué leyes pueden ser votadas mañana en el Congreso, y si tendrán un impacto negativo en nuestra actividad económica y futuros proyectos.

Lo cierto es que la omnipresencia del poder político en la sociedad civil española, vía presupuestos y tráfico de influencias, hace perfectamente posible la instrumentalización de los canales necesarios para la propagación de determinados mensajes y modelos sociales, cuya misión es la de imponerse sobre los valores y modelos sociales preexistentes. Hoy es más que posible transformar una ideología en moda, convirtiendo el modelo a promocionar en aspiracional para que pueda ser extendido con rapidez y eficacia, y sumar para ello todos los canales y recursos disponibles generando una impresionante sinergia. Es a su vez perfectamente factible lograr un segundo objetivo: desplazar al resto de modelos, sobre los que no es posible establecer la conexión directa con el mensaje oportuno, hacia zonas grises, cuando no completamente oscuras, donde quedan fuera de juego y son asociados fácilmente a valores negativos. Todo ello, en conjunto, representa un fabuloso ejercicio de ingeniería social en estado puro que no sólo es posible sino que, de hecho, se consumó ya hace algún tiempo.

Sociedad Terminal. (III)

Sociedad Terminal. (III) Ejes de comunicación y sinergias
Javier Benegas

1.- Modelos sociales vigentes

En el primer capítulo describía un spot de ejemplo en el que reproducía unos personajes tipo, y unas actitudes y mensajes que sin duda iban a resultar familiares a más de un lector. Mi idea era explicar desde el inicio que mediante mensajes desarrollados a partir de esquemas sencillos se podía cambiar el significado de cualquier valor. Y todo ello se lograba estructurando el mensaje adecuado y reproduciéndolo mediante innumerables reiteraciones. Mi intención tiene continuidad en este capítulo, tal y como ahora se verá.

Desde principios de los ’90 hasta el momento presente, la creación de muchos anuncios ha ido derivando hacia modelos específicos en los que la tipología de los personajes y sus actitudes han cobrado especial importancia. En un principio, se trataba de representar los modelos ideales, no ya coincidentes con los más extendidos en la sociedad sino con los aspiracionales o teóricamente idealizados.

En la sociedad española que va desde los años 90 del siglo pasado hasta hoy día, la tipología social ha sido y sigue siendo diversa. Coexisten desde entonces hombres y mujeres que básicamente se pueden encuadrar en varios tipos y subtipos fácilmente identificables conforme a la propia estructura económica y cultural de nuestro modelo social. Dentro de la población adulta, está el grupo más amplio, que se divide a su vez en diferentes segmentos. Pertenecen a este amplio grupo quienes tienen un poder adquisitivo bajo y un modesto nivel cultural, y al que se han ido sumando los inmigrantes de primera y segunda generación, las personas con alguna formación académica (los llamados profesionales liberales), los profesionales sin formación reglada pero con una solvente experiencia laboral (estos dos últimos tipos han dado lugar indistintamente a un amplio segmento de población que realiza su trabajo por cuenta propia, y que ha devenido en pequeños empresarios y trabajadores autónomos) y las personas, cuya actividad laboral es por cuenta ajena (asalariados) y que, a su vez, se desdoblan en diferentes segmentos en función de su formación académica, calificación profesional y nivel de renta.

De otra parte hay que diferenciar otro amplio grupo de población que se identifica, además de por su bajo poder adquisitivo, por su edad: me refiero a los jóvenes. Estos a su vez se pueden subdividir en dos segmentos. Están los jóvenes con baja formación académica y más interesados en iniciarse en el mercado laboral que en continuar sus estudios, y los jóvenes universitarios que normalmente se incorporan bastante tarde al mercado laboral.

Por último, y como otro destacado grupo de población, están los mayores y ancianos, que también pueden subdividirse según su renta y nivel cultural.

Todos estos grupos representativos son además susceptibles de segmentarse en función de su sexo y costumbres. Pero en principio es suficiente con este rompecabezas para establecer comparaciones con el modelo social que se ha ido imponiendo a nivel de comunicación y publicidad, y que está resultando ser bastante poco diverso y sorprendentemente uniforme.


2.- Reducción y suplantación de modelos

Tras un cambio de tendencia que se inicia desde principios de los ’90 en las campañas de la administración pública y, desde ahí, se traslada de forma creciente a los canales de información y a las acciones de publicidad de diversos tipos de producto (quedan excluidos, por ejemplo, la moda, la cosmética, los perfumes y algunos otros relacionados con las tareas domésticas o la alimentación en menor medida), una parte relevante de la comunicación y la publicidad que se ha venido difundiendo, tanto desde medios de información, como desde los anunciantes públicos y, finalmente, privados, ha reducido misteriosamente la tipología de los modelos sociales a tres grupos: los jóvenes (con casi nula diferenciación cultural y de género), los adultos (en el que se engloba mediante un único grupo a todos los segmentos salvo matices) y las mujeres, que por sí mismas representan una nueva categoría aparte, con un universo conceptual propio y claramente diferenciado de las dos categorías anteriores. La existencia del grupo de las personas mayores y ancianos es casi testimonial, salvo cuando hay un interés político ocasional, y sólo se encuentra representado en líneas de productos muy determinadas. En lo que respecta a la creciente población inmigrante, es un suceso aparte aún pendiente de ser adaptado con éxito a este esquema. Pero sin duda es cuestión de tiempo que esta nueva variable quede integrada convenientemente dentro del modelo. De hecho, ya se detectan reiterados intentos por buscar su adecuado encaje.

Cada vez de manera más frecuente, las representaciones de los dos primeros tipos: los jóvenes y los adultos, a todos los efectos son poco diferenciados y asexuados, es decir: no expresan actitudes ni costumbres culturales que permitan diferenciarlos. Sólo su aspecto físico establece alguna diferenciación, mientras que su actuación e indumentaria tiende a limitar cualquier distinción expresamente relacionada con el género. Eso sí, las mujeres en muchos casos siguen siendo hermosas y sugerentes – a fin de cuentas se trata del mundo de la publicidad -, pese a que estén caracterizadas en muchas ocasiones como si fueran las primas hermanas de Lenin. En conclusión, mientras que la sociedad presenta una segmentación relativamente compleja, muchos de los modelos reproducidos en las acciones de comunicación que han ido proliferando hasta hoy nos muestran un esquema mucho más simplificado y uniforme.

La publicidad de productos de gran consumo siempre tiende a la simplificación de los modelos para magnificar sus efectos y la capacidad de difusión de las campañas. Pero aún así se hace extraño que una parte relevante de las acciones publicitarias de empresas privadas, y en especial de determinados tipos de negocio, haya renunciado a un mayor esfuerzo de identificación de sus modelos objetivos. ¿Por qué un sector de la publicidad privada ha llegado al punto de renunciar a la propia realidad y a romper su regla de oro de buscar un mayor grado de identificación con el público? Tengamos en cuenta que, y esto es importante, una cosa es partir de un modelo real e idealizarlo para convertirlo en atractivo, y otra bien distinta es reproducir constantemente modelos que uniformizan en exceso los existentes. A fin de cuentas estamos hablando del mismo caso que si la publicidad unificara todos los segmentos que existen dentro de la población adulta en uno, y sólo nos presentara hombres y mujeres irresistiblemente guapos, con actitudes sexistas, con un poder adquisitivo extraordinario y un nivel cultural más propio de un intelectual que de una persona corriente. Un despropósito.

Toda esta transformación no es algo tan absurdo como puede parecer tras un primer y superficial análisis. Detrás de la difusión reiterada de estos modelos, existe la voluntad de inducir a la sociedad a asumir una serie de roles convenientemente establecidos. El modelo y los valores a imponer socialmente ya han sido creados y son difundidos por las incesantes campañas institucionales, con continuidad de los mensajes en la publicidad para-institucional, y reforzado con la creación de opinión por los medios de información oportunos y los innumerables colectivos afines. Existe pues una tendencia anterior que se ha ido extendiendo con el tiempo a través de diferentes canales gracias a una voluntad política respaldada por sectores importantes de la sociedad que cuentan con el poder, las influencias, los mecanismos y los colectivos capaces de penetrar y estar presentes en todas las áreas sociales y productivas, con el fin de imponer gradualmente una iconografía que culminará con éxito un ambicioso proyecto de ingeniería social. No se trata pues de una estrategia que surja de la voluntad de una parte de los anunciantes privados. Simplemente éstos han llegado a un punto en el que están más preocupados por mantenerse dentro de lo políticamente correcto (la tendencia) que por hacer una publicidad que reproduzca una realidad social que está siendo fuertemente cuestionada desde otros ámbitos y conviene ignorar.

El primer paso de todo este proceso ha consistido en simplificar los modelos hasta reducirlos en la práctica a un solo modelo dominante. Y este cambio se origina desde el poder político. Desarrollar una estrategia eficaz es siempre más fácil si se trata de vender un único producto que si hemos de dividir nuestros recursos para introducir en el mercado varias líneas de producto diferentes. Además, imponer la idea de que la sociedad consiste en unos pocos grupos sociales apenas diferenciados, persigue eliminar los valores individuales, es decir: alienar al individuo para hacerle menos resistente y más manipulable.

Sociedad terminal. (II)

Sociedad terminal. (II) Publicidad Institucional
Javier Benegas

1.- Gasto público y control informativo

Resulta llamativo que, en una sociedad capitalista y basada en el libre mercado como la nuestra, los mayores anunciantes por volumen de inversión en campañas publicitarias no sean precisamente las grandes marcas o las transnacionales sino las instituciones y administraciones públicas.

En términos de gasto, parece ser que la imperativa necesidad de anunciar la inauguración de una nueva autovía, una línea ferroviaria, un hospital o una práctica saludable como comer más pescado, supera con creces la capacidad de inversión de cualquier transnacional para publicitar sus productos y obtener con ello grandes beneficios en un mercado de millones de potenciales consumidores. Sin duda se trata de un fenómeno que obedece a razones poderosas.

En lo que se refiere a publicidad institucional, el Gobierno Español ha pasado de gastar 58,6 millones de euros en 2004 a gastar 268 millones en 2007, según se desprende del Plan de Publicidad y Comunicación Institucional correspondiente a ese mismo año. Es decir, hablamos de un incremento del 457% en tan sólo tres años. Pero esta tendencia no es exclusiva del gobierno central. Hoy ya podemos decir que existen regiones de España en las que el gobierno autonómico es el principal anunciante, por delante de marcas tan relevantes como Coca-Cola, Telefónica, Sony, Renault o Nestle, tal y como es el caso de la Junta de Andalucía.

La proliferación masiva de publicidad institucional que, conviene recordar, es aquella que realizan las diferentes administraciones con cargo al erario público, está generando efectos perversos. Y no sólo en lo que al despilfarro económico se refiere, sino por la cada vez mayor interferencia que este tipo de acciones supone para la independencia de los medios, y por la reiteración en los canales de comunicación de determinados e interesados modelos sociales que tratan de imponernos actitudes y valores convenientes, aspecto este último no menos significativo y digno de análisis que abordaré en capítulos posteriores.

En el primer caso, tratándose de cantidades que superan los 1.400 millones de Euros en poco más de cuatro años (y esto sólo en lo que concierne al gasto de la administración central), hablamos de un pastel económico tan suculento que a los medios privados les resulta imposible pasarlo por alto. Hay que tener presente que los medios viven de la publicidad. Y este tipo de gasto es sin duda, además de pura y dura propaganda disfrazada de información, una eficaz herramienta de presión con la que controlar los canales de información.

En el caso de los medios más “independientes” y ajenos en alguna medida al sistema partidista imperante, el fin perseguido no es tanto doblegar su opinión editorial como controlar determinado tipo de informaciones para que sean desplazadas a lugares menos visibles o desestimadas por los editores, es decir: lograr la neutralidad y un aceptable y estratégico nivel de silencio informativo. Los medios que aceptan pasar de la independencia informativa a la “neutralidad informativa”, y tácitamente adoptan un perfil bajo, no alcanzan el nivel de inversión de los medios manifiestamente partidarios del poder político de uno u otro signo, pero tampoco quedan totalmente excluidos del reparto y pueden sumar algunos ingresos añadidos a su cuenta de resultados. Esto es, sobrevivir.

Este tipo de posicionamiento, basado en la neutralidad informativa, suele pasar desapercibido. Pero el hecho es que se ha extendido con bastante rapidez, casualmente de forma paralela al aumento de los presupuestos destinados a publicidad institucional. En la actualidad podemos decir que, como opción al sistema partidista, y salvo alguna honrosa excepción, se ha generalizado la más rentable neutralidad informativa en detrimento de la sacrificada y gravosa independencia.

Con esta dinámica, ante el imparable despilfarro en acciones de comunicación estatal y el consiguiente aumento del tamaño del pastel a repartir (más dinero en juego, más presión), los medios privados tienen cada vez más complicado justificar líneas editoriales críticas e independientes a la hora de convencer a sus responsables económicos. Adoptar actitudes informativas auténticamente beligerantes termina invariablemente por repercutir en la cuenta de resultados. No hay que olvidar que cualquier medio de comunicación periodístico, bien sea un canal de televisión, una emisora de radio, un periódico impreso u online, no deja de ser una empresa. Y, por ello, no puede sustraerse a las leyes que rigen el éxito o el fracaso en el mundo de los negocios: el beneficio.

Si, aún a pesar de todo, un medio desafía esta dinámica, se encontrará en una clara desventaja respecto a la competencia que sí acepta las reglas del juego. Y, tarde o temprano, si quiere encontrar una salida sin ceder a la presión y sin renunciar de manera escandalosa a su línea editorial, terminará por llegar a la connivencia con los poderes políticos que ostenten el poder en otras administraciones o instituciones y que de alguna manera puedan parecer más próximos a su línea editorial. Por lo que este despilfarro del Estado es emulado con igual o mayor entusiasmo por todas las administraciones públicas, como los gobiernos autonómicos y ayuntamientos que, más allá de sus propias posibilidades presupuestarias y del sentido común, van en busca de nuevos medios mediante la adjudicación de sus propias campañas institucionales, es decir: gastando aún más dinero del contribuyente.

Esta espiral no conoce límites, y muchas veces se llega al absurdo de que las administraciones públicas terminan por gastar más dinero en una campaña de publicidad que en el presupuesto total adjudicado a la obra o servicio que publicitan. Ni las crisis económicas pueden poner freno a esta forma de instrumentalizar los medios informativos. Muy al contrario, en tiempos de crisis recibir publicidad institucional se vuelve más irresistible que nunca ante la drástica caída de la inversión en publicidad de los anunciantes privados y la difícil situación económica a la que muchos medios periodísticos se ven abocados.

Con todo ello, podemos decir sin temor a exagerar lo más mínimo, que estamos en una era de control de los contenidos informativos de la gran mayoría de medios por parte del poder político en cualquier forma. Todo lo más, los medios alcanzan a trasladar a la opinión pública noticias y debates en clave partidista que, en la mayoría de casos, pasan de puntillas por encima de los graves problemas estructurales que existen de fondo e imposibilitan un análisis serio y racional, capaz de trascender a la sociedad en su conjunto.

Todo ello ha degenerado en unos pocos años en una ausencia alarmante de información objetiva y, sobre todo, de una información de verdadero interés general. El ciudadano ha de conformarse con noticias fragmentadas, aleatorias y sin continuidad; orientadas en un sentido u otro, y siempre al servicio de los diferentes intereses políticos. En lo que a publicidad institucional se refiere, la dependencia económica de los medios frente a las cada vez más abultadas partidas presupuestarias estatales, de autonomías y ayuntamientos, está privando a la sociedad de debates urgentes, informaciones relevantes y análisis de profundo calado y, lo más grave, de poder percibir la realidad.

Sin ninguna duda, el sometimiento de los medios al sistema político es un factor que resulta determinante en la ausencia de una conciencia social que pueda tener algún recorrido más allá del partidismo, y está contribuyendo de manera decisiva a imposibilitar cualquier maduración social de cara a los enormes retos a los que nos enfrentamos. De hecho, los medios informativos hace años que dejaron de ser una solución a los excesos de uno u otro signo: han pasado a formar parte del problema.


2.- Publicidad Para-institucional

Si hay una máxima que se repite invariablemente en todas las administraciones públicas es que el presupuesto disponible, por generoso que sea, nunca es suficiente. Y en el caso de la publicidad institucional la cosa no iba a ser menos. Pese a la creciente cantidad de dinero destinado al autobombo, existen otros mecanismos ideados para aumentar la asfixiante presencia de los organismos públicos en los canales de comunicación. Es un fenómeno relativamente moderno. Aunque su aparición se remonta a más de tres décadas atrás, ha sido en las últimas dos décadas cuando ha alcanzado gran relevancia. Se trata de lo que se ha dado en llamar Publicidad Para-institucional.

Coincidiendo con el apogeo de las concesiones administrativas de la década los ‘90, que son aquellas adjudicaciones de obras de infraestructuras y servicios públicos que las administraciones públicas delegan a grupos privados mediante concurso, se incluyó la obligación de trasladar la comunicación publicitaria de la ejecución de las mismas a las empresas adjudicatarias. En un principio eran anuncios muy formales destinados a aparecer casi exclusivamente en los periódicos, y que integraban las logomarcas de las empresas privadas junto a la identidad corporativa del organismo público correspondiente. La estructura de los anuncios era bastante sencilla y monótona. Una gran fotografía de la obra ejecutada o servicio público puesto en funcionamiento, las principales magnitudes del proyecto, la cantidad económica destinada al afecto, una frase anunciadora (no era en sí un eslogan al uso) y los logotipos correspondientes al pie del original. Por lo general, si se trataba de una ejecución o servicio bien dotado económicamente, la administración correspondiente exigía a la empresa adjudicataria que el anuncio apareciera a toda página, preferentemente impar (circunstancia esta que en la prensa impresa tiene un sobreprecio en torno al 20%) y, a ser posible, que el anuncio se reprodujera en varios diarios de difusión nacional simultáneamente.

Con el paso del tiempo, y según las concesiones administrativas fueron alcanzando un volumen cada vez más importante en la cartera de contratos de los principales grupos industriales, que consecuentemente se habían ido especializando en este tipo de actividades, la obligación de publicitar tales adjudicaciones a través de anuncios en prensa dio paso a su vez a otros compromisos en materia de comunicación, tales como actos de inauguración y Primera Piedra, edición y publicación de folletos e incluso libros de prestigio, distintivos, camisetas, regalos promocionales, además de cócteles y actos varios de agasajo para centenares de invitados.

Al poco tiempo, los grupos empresariales que se habían especializado en concesiones públicas, y que hasta entonces habían considerado la publicidad como una herramienta totalmente ajena a su línea de negocio, se vieron en la necesidad de poner en nómina a profesionales con experiencia en eventos y acciones de comunicación. Pero esto no fue más que el principio. Poco tiempo después, estos profesionales que habían asumido el reto de crear por primera vez departamentos de imagen en empresas cuya actividad nada tenía que ver con productos de gran consumo, se vieron desbordados y tuvieron a su vez que subcontratar a empresas especializadas.

En menos de dos décadas, el presupuesto de estos grupos, en lo referente a acciones de comunicación y publicidad, había pasado de ser meramente testimonial a representar millones de euros por ejercicio. Llegando al punto de que en la actualidad no hay concesión o adjudicación que, por pequeña que sea, no incluya una serie de acciones publicitarias y promocionales, desde las más sencillas hasta las más extraordinarias. Y todo ello para trasladar una y otra vez al ciudadano la imagen omnipresente de las administraciones públicas en cada nuevo kilómetro de carretera, cada túnel inaugurado, cada depuradora, cada tramo de acera o hasta en la más irrelevante labor de mantenimiento.

La voracidad de los políticos no conoce límites si no se les imponen. Y, en consecuencia, las empresas adjudicatarias, bastante novatas en un principio, aprendieron muy pronto a dominar la mecánica del autobombo y se dedicaron con habilidad y eficacia a satisfacer a los cargos públicos en todo lo posible, compitiendo entre sí a la hora de presentar sus propuestas propagandísticas, a cual más exuberante. También, como es lógico, tomaron conciencia del gasto añadido que todo esto representaba para sí mismas, y a buen seguro desarrollaron sus técnicas para poder incluir parte de los costes derivados dentro de los propios presupuestos presentados para cada concurso. Al final, de una forma u otra, lo cierto es que el contribuyente es quien siempre termina pagando.

Con el tiempo, la creciente delegación por parte de las administraciones públicas a empresas privadas de acciones de comunicación destinadas a enaltecer la labor de los políticos en el poder, ha generado una preocupante simbiosis entre la imagen de estas compañías y los ejes de comunicación de las instituciones del Estado. En la actualidad, los grandes grupos especializados en concesiones y obra pública adoptan estrategias de comunicación totalmente coincidentes con los mensajes del poder político de turno. Si la consigna es la sostenibilidad, el respeto al medio ambiente y la ecología, estas empresas serán las primeras en incorporarlas a su propia estrategia de comunicación. Por lo que hay ocasiones en las que no se sabe a ciencia cierta si se trata de empresas privadas o de los diferentes departamentos de algún ministerio.

Actualmente, en España, uno de las mayores problemas para el buen funcionamiento de nuestro sistema político y económico es la falta de una clara separación entre lo público y lo privado. Y la publicidad institucional, en todas sus formas, es sin duda una vuelta de tuerca más. Una publicidad institucional cuya imparable proliferación, basada en el más absoluto despilfarro, paga el contribuyente neto, es decir, las clases medias. Una y otra vez, la clase política preocupada ante todo por mantener sus privilegios, cuando no de incrementarlos, no duda en emplear los dineros públicos para trasladar a los ciudadanos una imagen de eficacia y servicio público que dista mucho de la realidad. A base de gastar ingentes cantidades de dinero, se proyecta en la sociedad la ilusión de eficiencia y normalidad en la acción de gobierno. Cualquier obra pública es convertida en un hito histórico, en un trascendente acto de progreso, en un regalo de la clase política a sus administrados. Cuando lo cierto es que los ciudadanos son los que pagan y a cambio reciben infraestructuras que en muchos casos están llenas de fallos, su ejecución se ha dilatado en el tiempo de manera escandalosa, han resultado extraordinariamente gravosas o son claramente deficitarias. Pero ese precisamente es el temible poder de la comunicación en una sociedad terminal imposibilitada para tomar conciencia de su verdadera situación y reaccionar: recrear un mundo de realidades virtuales.



3.- Propaganda y daños colaterales

Pero no cometamos el error de culpar de esta situación a las empresas privadas. A fin de cuentas se limitan a ejercer su actividad, adaptándose a las circunstancias para tratar de obtener contratos con los que poder subsistir. De las empresas privadas especializadas en concesiones y obra pública nunca surgió la iniciativa de gastar ingentes cantidades de dinero del presupuesto de una adjudicación en acciones de comunicación destinadas a la propaganda política encubierta. De hecho, estas empresas han tenido que crear nuevos puestos y departamentos que antes eran prescindibles, y repercutir todo ello, junto con un sin fin de facturas perfectamente evitables, en sus costes de explotación, mermando con ello su competitividad y, en no pocos casos, sus márgenes. Estas empresas, al igual que los medios de información, son víctimas del poder político. Son los políticos profesionales los que no dudan en emplear toda su influencia para poner a su servicio a empresas, medios de comunicación y cualquier otra institución de ámbito privado.

Es seguro, salvo contadas excepciones, que la inmensa mayoría de los responsables de estos grupos empresariales preferirían desarrollar su actividad dentro de un mercado más transparente, con unas reglas iguales para todos y sin tener que dedicar tiempo y recursos a realizar acciones paralelas que no son las propias de su actividad. En más de una ocasión, he sido testigo de amargas quejas en este sentido. Y tengo la certeza de que la actitud general dentro del sector ante estas prácticas es de desagrado y resignación a partes iguales. Pero, como ellos mismos dicen, la administración, pese a todo, sigue siendo el principal contratista. Y ante eso, poco o nada se puede hacer. O aceptas las reglas o estás fuera del negocio.

No menos cierto es que esta perversa simbiosis ha sido aprovechada por otros personajes empresariales con muy pocos escrúpulos. Y, como en todas partes en esta vida, siempre hay quien se adapta con gusto a las nuevas condiciones e, incluso, hace de ellas el medio perfecto para triunfar y pavonearse como empresarios de éxito en diferentes círculos sociales. Cuando lo cierto es que en un mercado normalizado nunca habrían pasado de ser personas del todo irrelevantes.

Si en los círculos empresariales se priman las intrigas palaciegas, las relaciones públicas de salón, los acuerdos inconfesables, y cualquier otra práctica desleal más que la competencia, la buena gestión, la innovación y la eficacia, lo lógico es que con el tiempo muchas empresas pierdan el contacto con el mercado y su capacidad para evolucionar y adaptarse a los cambios económicos y sociales y terminen por ser entes cada vez más dependientes del poder, con el enorme riesgo que ello entraña.

En la actualidad, la tendencia de muchas de nuestras grandes empresas es dejar de funcionar como tales y transformarse en una suerte de estructuras administrativas, a modo de enormes canales de negocio orientados hacia el poder, perdiendo en gran medida su estructura empresarial original y, con ella, la capacidad de competir, crear riqueza y valor añadido por sí mismas. Con el tiempo, la capacidad de trabajo y de realización ha ido trasladándose a segmentos inferiores del tejido productivo, tales como las PYME, sobre las que en la actualidad recae en gran medida la realización real de las obras y proyectos, el sostenimiento de la mano de obra necesaria, la especialización y el conocimiento exhaustivo de la actividad profesional en cuestión. Esto ha generado una estructura piramidal alarmantemente sensible a los riesgos inherentes a la actividad económica. A fin de cuentas, ante cualquier situación adversa, en la práctica son las PYME las que terminan por asumir en gran medida cualquier vaivén del mercado sin tener ni el tamaño, ni la solvencia, ni le estructura adecuada para asumir tales contingencias. Si a esto añadimos que este sometimiento al poder político genera un enorme gasto en nada relacionado con la actividad profesional, nos encontramos además con que una vez llega a la PYME la ejecución de un proyecto determinado, la dotación económica para el mismo está muy mermada y las condiciones de cobro impuestas resultan particularmente difíciles de asumir. El resultado es un tejido empresarial real fundamentalmente compuesto por pequeñas y medianas empresas que, por sí solas, sostienen casi el 80% de la mano de obra total, con unos márgenes de explotación bajos, una endémica precariedad laboral y unas nóminas en su mayoría más que modestas, una incapacidad para invertir en I+D+I y un elevado endeudamiento permanente. Sin duda, un cóctel explosivo a poco que el ciclo económico se torne desfavorable.

Pero todo sea por proyectar y mantener una imagen de eficiencia de las castas políticas, los organismos oficiales y las administraciones públicas. Y trasladar a la sociedad, mediante la incesante propaganda, la sensación de normalidad y servicio público. De fondo, la realidad: despilfarro, ineficacia, expolio y degradación del sistema social, político y económico.

Sociedad Terminal (I)

Sociedad terminal. (I) Mensajes aparentemente inocuos
Javier Benegas

1.- Bombardear las mentes

Hagamos un ejercicio de imaginación. Recreemos un spot cualquiera, sin demasiadas aspiraciones. No se trata de ganar un premio en un festival de publicidad sino de trabajar sobre ideas ya conocidas y muy semejantes entre sí que a buen seguro nos resultarán muy familiares.

El plano general nos muestra un paisaje con un profundo horizonte marino. Es al atardecer. Un hombre joven, de unos 30 años, camina descalzo por una playa desierta. Lleva el pelo corto, ligeramente alborotado y patillas prominentes. La barba, de dos días. Pantalones oscuros y camiseta negra. En su mano sostiene un teléfono móvil. Se lo acerca al oído y sonríe.

Pasamos a un primerísimo plano, con movimientos de cámara aleatorios, jugando con los límites del encuadre para convertir el rostro sonriente de nuestro personaje en una imagen intimista y mucho más sugerente. El hombre habla, aunque no escuchamos su voz.

Transición directa a un plano más amplio donde permanece nuestro protagonista. Al fondo, y enfocando en dirección a las dunas, decenas de personas han aparecido y caminan hacia él. Instantes después, según se va abriendo el encuadre, ya son centenares. Ahora todos corren, le alcanzan y le rodean con rostros alegres. Con sutiles variaciones, todos visten de forma muy semejante, colores oscuros, grises, azules o pardos. El ambiente es de felicidad. Gente joven unida en un éxtasis de repentina alegría. Finalmente se escucha una voz en off que comunica una oferta, aparece la música, se cierra con un clame y, por supuesto, la reproducción de la marca del anunciante.

Aunque el spot no desarrolla ninguna razón objetiva, todos los personajes que aparecen en él son felices. No se trata de un argumento racional, sólo de un mensaje: gracias a un operador móvil, la amistad surge de forma fácil en cualquier parte, estés donde estés.

Es un simple spot, uno entre centenares al año, quizá miles. Actores, figurantes, estilistas, cámaras, director de arte, realizador… ¿Guionistas? No, el mensaje es simple, no tiene un guión convencional, tan sólo un guión de acciones, se trata de la codificación visual de una idea orientada a la transmisión de unos valores esquemáticos, simples, sencillos y directos: “valores sintéticos”. No hay una acción de branding como tal, ya que la marca que contrata este spot (el anunciante) a buen seguro tiene unos valores más desarrollados y complejos. El spot se limita a construir un mensaje cuyo esquema es simple y eficaz: comunicación = amistad = felicidad = Marca X. La reiteración del mensaje hará el resto.

No se puede decir que el spot en sí contenga mensajes desagradables, ni transmita ideas nocivas. Al contrario, la amistad es un valor muy cotizado, especialmente entre los jóvenes. Tener amigos es positivo, un deseo de la inmensa mayoría de las personas. Hablar y comunicarse es otra actitud socialmente bien valorada. El escenario, una playa paradisíaca, está en línea con la bondad y fatuidad del mensaje. Los gestos y actitudes de los personajes no desentonan. Todo funciona a la perfección. Lo cierto es que, te sumes finalmente o no a los millones de clientes del anunciante, ver el spot resulta agradable.

Por sí mismo, un spot tan inocuo no puede inquietarnos. Pero, ¿y si a este spot se suman decenas cuyos esquemas de valores son muy parecidos? ¿Qué sucede cuando son miles las representaciones que nos sintetizan la realidad como una serie de sucesos tan simples como imposibles? ¿Qué puede ocurrir en la mente de centenares de miles de espectadores jóvenes, y no tan jóvenes, cuando, mediante un bombardeo masivo, los valores sintéticos de los spot van reemplazando a los valores y al aprendizaje de la vida real?

En el caso de España, durante 2006, las cadenas nacionales emitieron aproximadamente una nada despreciable cifra de 7.000 horas de publicidad. Yendo más al detalle, cada español dedica en la actualidad una media diaria de 219 minutos a estar frente al televisor, lo que representa más de tres horas y media al día. En el caso de los niños, estamos hablando de un promedio de 990 horas de televisión al año, que son más horas de las que dedican incluso a estar en clase. Así mismo, la media de espacio dedicado a la emisión publicitaria, tomando como referencia los seis canales más representativos, se sitúa en el 14% del tiempo total de emisión. Lo que, en el caso de los más jóvenes, se traduce en 138,6 horas de publicidad vista al año. Es decir, casi seis días con sus respectivas noches íntegramente dedicados a ver spot publicitarios y, por supuesto, a asimilar sus mensajes “inocuos”.

Llegado este punto, queda por hacer un sencillo cálculo para aproximarnos a lo que a fin de cuentas tiene más relevancia, que es el número de mensajes que impactan al año en la mente de una persona cualquiera. Un spot de televisión generalmente dura entre 25 y 35 segundos. Quedémonos pues en el medio y calculemos sobre la base de un spot de 30 segundos. Es decir, estamos hablamos de 16.632 mensajes en un solo año. Así que un chico o chica, cuando concluya la ESO, habrá recibido el impacto de 66.528 spot. Es más que dudoso que el consejo de un padre cualquiera alcance, en esos mismos cuatro años, ni la décima parte de reiteraciones.

2.- Distorsión de valores

Dentro de este escenario de saturación de mensajes publicitarios, podemos pensar que al fin y al cabo cada spot anuncia un producto o servicio diferente, por lo que esta incesante lluvia de “valores sintéticos” y mensajes, que impactan sin descanso en la mente de las personas, se fragmenta y se diluye. Pero esto no sucede realmente así. La publicidad es más uniforme de lo que pueda parecer. Siempre atenta a la tendencia, no sólo estética sino también social, de los segmentos a los que se dirige, reproduce fielmente, aunque de manera más resumida, las modas. Así, en muchos spot distintos que anuncian productos y marcas diferentes, se reproducen los mismos esquemas de valores, estética y arquetipos. Lo cual genera una sinergia que se traduce en modelos repetitivos y mensajes muy similares.

Pero la cosa no termina aquí. Desde hace unos años se viene produciendo un interesante cambio. Hasta hace poco, la creación publicitaria consistía fundamentalmente en réplicas oportunistas de modas y tendencias tomadas de la propia sociedad. Sin embargo, hoy la publicidad se ha convertido en un tipo de comunicación capaz de generar por sí misma modelos, arquetipos, tendencias y modas con una creciente repercusión social.

Crear tendencias y modas, desde el punto de vista estético, no tiene mayor trascendencia. Pero cuando se convierte en una herramienta directa y poderosa que interfiere en la transmisión de valores, la cosa cambia. Vistas las cifras desglosadas anteriormente, cabe preguntarse si la publicidad en sí no está distorsionando, de manera creciente, el vital proceso de maduración e identificación de valores de muchas personas. En especial, de los más jóvenes.

En el ejemplo inicial de ese spot, aparentemente inocuo, además de un acting y una dirección artística, hay unos valores. Son valores muy simples y sin una articulación real. Se trata de una manipulación que transforma convenientemente el concepto de amistad. Para el anunciante, la amistad es el producto de un aparato, un bien que él nos proporciona. No es el resultado de nuestra capacidad personal. Para tener amigos, no tenemos que esforzarnos y demostrar unos valores propios que nos conviertan en personas atractivas, necesarias y dignas de confianza. La amistad es un valor que tiende a depender de la tecnología. Y, en el mejor de los casos, sólo podrá alcanzar una verdadera dimensión a través de ésta.

En un spot tan aparentemente inocuo, hay tres posibles argumentos dispuestos a instalarse inconscientemente en la mente del espectador. El primero: si no contratas el servicio y no compras el producto, tu capacidad para la amistad esta limitada. El segundo: sin ese producto la amistad es imposible. Y, el tercero y más demoledor: la amistad se puede comprar.