domingo, 20 de marzo de 2011

Sociedades de bajo coste y "Deudalismo"

Sociedades de bajo coste y "Deudalismo": "
Javier Benegas

3. Sociedades de bajo coste y Deudalismo
(Modelos sociales hacia el colapso III)

El empobrecimiento paulatino de nuestra sociedad ha desembocado a su vez en dos fenómenos a priori contradictorios: productos y servicios de bajo coste y una tendencia imparable al endeudamiento. Según crece el número de ciudadanos que se encuentran al borde de la pobreza, y la renta disponible de las clases medias mengua, la única forma de que las empresas de productos y servicios de gran consumo puedan mantener y aumentar sus ventas – en espera de que emerjan de una vez los mercados por siempre emergentes - es abaratándolos.

Esta lógica estrategia ha traído consigo, para colmo de males, problemas añadidos que a su vez inciden en el agravamiento de nuestro empobrecimiento social. La deslocalización es el más evidente. Muchas empresas optan por fabricar en el extranjero, instalando sus fábricas en países donde el Estado de bienestar está por desarrollar y que, por lo tanto, ofrecen unos niveles salariales bajos y una conflictividad laboral casi inexistente al amparo, en muchos casos, de gobiernos totalitarios o, en su defecto, de muy baja calidad democrática.

El resultado es poder colocar en nuestro mercado muchos productos y servicios a un precio contenido que, de otra forma, quedarían fuera del alcance de la mayoría de los consumidores: billetes de avión por el mismo dinero que cuesta llenar el depósito de gasolina de nuestro coche, aparatos electrónicos de todo tipo en constante oferta, ropa y calzado a precio de saldo y alimentos precocinados y restaurantes de “comida rápida” que proporcionan por poco dinero una solución de compromiso a una dieta de subsistencia. Claro que no todo es de color rosa. El aumento de reclamaciones de los consumidores es proporcional al auge de los productos y servicios de bajo coste. El overbooking y los constantes conflictos en los vuelos de compañías aéreas Low Cost, creadas como oportunidades de negocio a la sombra de una demanda social cada vez menos pudiente, el aumento imparable del número de reclamaciones por productos defectuosos y la cifra creciente de personas obesas, con problemas de salud a causa de una dieta deficiente, muestran el verdadero rostro de la sociedad de bajo coste.

'este irracional optimismo económico, que ha arrastrado a nuestra sociedad a la mayor crisis de la Historia, es el resultado lógico de una propaganda política masiva, y las consiguientes sinergias provenientes de una determinada clase dirigente en línea con el poder, que ha incentivado sin freno actitudes irresponsables'

Al mismo tiempo que la oferta de bajo coste se ha hecho interminable, ha habido una compulsión creciente hacia la adquisición de productos y servicios premium, articulada en torno al dinero barato y a una política crediticia de bancos y cajas rayana en la relajación total del control del riesgo. Nunca antes en España se han hipotecado más viviendas ni ha habido tantos vehículos de marcas lujosas circulando por las carreteras de nuestro país. La capacidad de endeudamiento que se ha alcanzado ha generado un nuevo y peligroso fenómeno: el Deudalismo. Hasta el punto de que si tuviéramos que devolver en un solo pago el dinero solicitado a crédito (por parte de particulares, empresas e instituciones públicas), sería necesaria una cantidad equivalente a dos veces el Producto Interior Bruto del país para saldar la deuda. Pero para el poder político este imparable aumento del endeudamiento de los ciudadanos ha representado varios beneficios que no sólo han disuadido de cualquier llamada a la prudencia sino que han estimulado una comunicación institucional basada en un eufórico autobombo. De una parte, porque la percepción general ha sido de bonanza económica y de un engañoso progreso social. Y de otra, porque cuanto más consumo interno: más crecimiento económico, más ventas, más IVA, más superestructura, más impuestos, más corrupción y más expolio.

Pero esta compulsión a endeudarse en base a una euforia colectiva, fruto de varios años de dinero barato y crecimiento económico basado sobre todo en el elevado consumo interno y la pura y dura especulación financiera, no ha sido privativa de los ciudadanos, ni mucho menos. Es más, este irracional optimismo económico, que ha arrastrado a nuestra sociedad a la mayor crisis de la Historia, es el resultado lógico de una propaganda política masiva, y las consiguientes sinergias provenientes de una determinada clase dirigente en línea con el poder, que ha incentivado sin freno actitudes irresponsables.

En el paroxismo de este clima engañoso de lucro fácil, los grandes grupos industriales y la banca en su conjunto, se han ido sumando a la propagación de esta ilusión del dinero fácil, anunciando año tras año beneficios extraordinarios a sus accionistas, con plusvalías de miles de millones de euros para, a continuación, aprobar planes estratégicos cada vez más ambiciosos y arriesgados. El resultado ha sido catastrófico. Muchas empresas han optado por ir dejando de lado sus actividades ordinarias y se han embarcado en aventuras mercantilistas, fiadas al puro rendimiento especulativo y al favor político. En un principio, comprometiendo el capital propio y desinvirtiendo en actividades convencionales, y en los últimos años, empeñándose en créditos cada vez más elevados, es decir: endeudándose muy por encima de sus posibilidades.

Ante este panorama, muchos aventajados ejecutivos, y responsables de grandes bancos, han aprovechado para enriquecerse hasta cotas inimaginables; unos comprando y otros poniendo en el mercado productos financieros cuyos activos habían sido previamente sobrevalorados. La codicia ha hecho el resto. El dinero, tanto propio como a crédito, ha sido lanzado en masa en busca de una rentabilidad mayor e inalcanzable para cualquier otra actividad productiva. Cuando las condiciones económicas mundiales han mostrado los primeros signos de agotamiento, y el dinero, en consecuencia, ha empezado a tener un valor más acorde con los precios al alza del petróleo, materias primas y alimentos, muchas de estas grandes empresas, bancos y cajas se han encontrado de la noche al día con que en vez de beneficios y liquidez lo que tenían era deudas colosales. Y, en muchos casos, sus garantías no eran más que planes estratégicos inabordables, productos financieros “creativos”, activos sobrevalorados o hipotecas infladas y concedidas a personas cuya solvencia se había vuelto más que dudosa.

El exceso de liquidez y el bajo valor del dinero, así como la proliferación de actitudes oportunistas, que han desincentivado el trabajo y el esfuerzo, ha traído consigo un modelo económico que, en apariencia, era capaz de generar, en poco tiempo y sin muchos quebraderos de cabeza, una riqueza fastuosa. Esta eufórica percepción de la economía ha sido a su vez trasladada al ciudadano mediante una abrumadora publicidad, tanto pública como privada. Nada era imposible o inalcanzable. No importaba carecer del dinero con el que pagar una propiedad, producto o servicio. La capacidad de endeudamiento era ilimitada. Cualquiera podía acceder a un nivel de vida por encima de sus ingresos mediante el peligroso procedimiento de asumir préstamos cada vez más elevados y prolongados en el tiempo. Los tipos de interés estaban en niveles históricamente bajos, y endeudarse no representaba un excesivo coste financiero. Y nada hacía presagiar que la bonanza económica fuera a llegar a su fin.

Pero el caso es que el Deudalismo, finalmente, ha desembocado en la mayor crisis económica conocida hasta la fecha. El mes de septiembre de 2008 pasará a la Historia por ser el periodo en el que todo Occidente, y con él España, empezó a despertar a la cruda realidad. El tsunami económico alcanzó velocidad de Mach 1, y fueron muchos los incrédulos que por fin pudieron contemplar en primera fila la cresta de la gigantesca ola elevándose sobre el horizonte.

Pero el poder político no va a permitir que millones de ciudadanos despierten a la cruda realidad. Al menos sin la correspondiente dosis de anestesia. Como en toda mala película de suspense, el final va a obedecer a un artificio tramposo que busca hacer un guiño al público menos entendido, mientras hunde en la miseria la capacidad creadora del ser humano. El intervencionismo político, hasta ayer omnipresente como un pésimo actor de reparto, va a asumir sin disimulo la labor estelar de productor ejecutivo para tomar el control a costa de lo que queda del dinero del contribuyente. Incentivados por el dinero barato y unos organismos y entes reguladores politizados, los desmanes y locuras que se han cometido durante estos años no tendrán el merecido colofón. No habrá un final necesario, con su correspondiente moraleja, del que tomar buena nota. Las enseñanzas morales no van con el estilo de nuestro tiempo, donde el héroe es tildado de idiota y los malos resultan a la fuerza simpáticos con tal de que el espectáculo continúe un día más, es decir: pan y circo para todos. No hay nada que aprender. Sólo aceptar la consagración por la vía política de un nuevo modelo económico que se proyecta sobre los cimientos de una colosal deuda. El Capitalismo, por fin muertos y enterrados sus principios, se ha reconvertido al Deudalismo: un nuevo régimen económico, engendrado a partes iguales entre la pura y dura estafa de personajes sin escrúpulos, capaces de usar sus colosales pufos como chantaje, y el intervencionismo de una clase política con la mirada siempre puesta en el mantenimiento de sus privilegios. El antídoto, dicen, se llama socialdemocracia. Así pues, bienvenidos a la instauración del expolio como sistema político.

Pese a todo este desastre, y lo que está aún por venir, la colosal imaginería de esta comunicación que nos envuelve, tanto política como privada, sigue generando realidades virtuales donde sus personajes - seres simples y vacíos de contenido - se nos muestran despreocupados y felices. Hoy más que nunca los ciudadanos vivimos y trabajamos, y nuestros hijos crecen y se forman, en un entorno tomado por una comunicación masiva que difunde de manera incesante modelos sociales artificiales. Dotados de una proverbial sensibilidad hacia los problemas globales, como la pobreza mundial y el cambio climático, estos modelos son una trampa que desactiva todas las alarmas y extingue los valores fundamentales e intemporales, condenando a los individuos a una situación de precariedad personal, donde el fracaso, el relativismo y el descreimiento son el único horizonte posible. Cada vez se hace más evidente, a poco que reflexionemos y analicemos nuestro entorno, que vivimos acomodados en una democracia de baja intensidad que está dando lugar a una sociedad civil de bajo coste – ya casi de saldo -, mientras que la superestructura política se vuelve cada día más gravosa, elitista, autoritaria, voraz e insaciable.

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jueves, 17 de marzo de 2011

Instituto Juan de Mariana: El Estado del Bienestar ha de ser abolido

10/03/2011 - Jorge Valín - Libertad Digital
El Estado del Bienestar ha de ser abolido
Pere Navarro, director general de la DGT, lo ha vuelto a hacer. Ahora nos quiere volver cobrar por usar las carreteras.
No le basta con los impuestos al automóvil, a la gasolina, a las concesionarias, las multas, el impuesto de matriculación. Si sigue así robando al ciudadano y manipulando sus estadísticas, le harán ministro de Economía y Hacienda.

Este es el último ejemplo de la abominación del Estado del Bienestar. ¿Se lo ha cuestionado nunca? Todos los servicios públicos, es decir, estatales, salen de sus impuestos y están orquestados por la organización más ineficiente y corrupta del planeta, el Estado, los funcionarios, los políticos. El Estado del Bienestar es una máquina de quemar dinero que no produce nada, al revés, resta producción y recursos a la economía privada. Tan ineficiente y costosa es, que no se puede mantenerse ni con altos impuestos y déficits. Opciones como las multas, el aumento de la deuda y las pseudoprivatizaciones que va a hacer el Gobierno no dan para mantenerlo.

Esta semana un colegio de Lleida eliminó el comedor a algunos de sus alumnos porque la administración no paga. Un 25% de las quiebras empresariales se deben a que la administración no paga. Esto provoca que en Europa se produzcan 500.000 desempleados anuales. Solo los grandes empresarios con un banco detrás siguen adelante. El enemigo número uno de las pymes es el Gobierno y sus burócratas.

El apego del hombre a las falsas promesas del Gobierno supera toda lógica. Me contaba un amigo argentino que cuando ocurrió el corralito en su país natal la gente no salió a la calle pidiendo más libertad para el ciudadano y menos intromisión estatal, sino "políticos honrados". ¿Pero qué es eso? La mayor de las contradicciones. La casta política no tiene ni un solo incentivo para que le guie hacia el camino de la bondad humana. Viven en un estado de anarquía donde hacen lo que quieren. Son niños mimados con el poder de un emperador absoluto, lo que convierte al Gobierno en una oligarquía.

El ciudadano no ve que la libertad no se gana cada cuatro años en las elecciones, sino cada día. Esta dejadez, apatía y conformismo ha convertido el poder de la sociedad civil en un mercado de esclavos con voto. Podemos elegir cada cuatro años a un amo llamado PSOE y otro idéntico llamado PP.

Contaba Llewellyn H. Rockwell que la socialización de la ontología en Reino Unido ha provocado que "muchos ingleses no tienen más remedio que sacarse ellos mismos las muelas" porque aunque el Gobierno ofrece el servicio, las colas pueden durar años. La conclusión del autor no podía ser más certera: "si acabamos con el capitalismo, pronto estaremos de vuelta a la Edad de Piedra".

Y es que en España nos está pasando lo mismo. La medicina estatal ha conseguido, por ejemplo, que en Canarias el tiempo medio de esperar para que le atienda un especialista sea de 277 días (9 meses). Desde que vamos al médico para explicar nuestras dolencias hasta conocer el diagnóstico pueden transcurrir 134 días para unas pruebas de alergia, 131 días para una resonancia o 128 días para una mamografía. ¿Esto es Estado del Bienestar? Sabe que con lo que le roba la seguridad social tendría usted un seguro de calidad infinitamente mejor, y no hablemos del trato. Volver a los médicos funcionarios no mejora la sanidad, la mata.

Muy probablemente después de las elecciones de mayo habrá otro apretón de tuercas por parte del Gobierno y administraciones locales, ya sean del PSOE o del PP. Las arcas están vacías. Los impuestos, las tasas y las multas han de subir para cubrir "nuestro bien social". La solución no son absurdidades como un "Gobierno inteligente" o un gobernante honrado. Es una cuestión de incentivos humanos. Puede ocurrir que por vocación haya un político honesto, pero en el momento que tiene dinero y poder ilimitado desaparece tal humanismo. Solo hay una solución para combatir la era negra a la estamos abocados, menos Gobierno y más libertad individual. Entre nosotros y el bienestar sobran intermediarios. Es hora de poner fin al Estado del Bienestar y al Gobierno omnipotente.

Juan Morillo Bentué - Los 110 km/h es lo de menos. El problema es el Estado - Ideas

Los 110 km/h es lo de menos. El problema es el Estado
Por Juan Morillo Bentué

Zapatero continúa con sus medidas liberticidas y sin sentido, que jamás se le pasarían a nadie en su sano juicio por la cabeza, especialmente en la situación en que se encuentra España.
Poco después de violar los derechos de los dueños de los bares, a los que ha arrebatado la libertad de decidir si en sus locales se puede fumar o no, el Gobierno ha optado por reducir el límite máximo de velocidad en las autovías de 120 a 110 km/h. ¿Cuál es el motivo, la justificación esgrimida? El ahorro de energía.

Toma ya. Se van superando.

No creo que haya mucha gente que se crea las explicaciones del Gobierno (los expertos han demostrado que el ahorro no llegaría al 2-3%). La madre del cordero, más bien, es el afán recaudatorio del Estado.

Para mí, lo preocupante del caso no son las medidas liberticidas de turno (que también), sino las reflexiones que podemos extraer cada vez que nos las vemos con asuntos como éste. Así, a bote pronto, se me ocurren éstas, que ponen los pelos de punta:

1) El Estado del Bienestar supone un continuo y progresivo avance del intervencionismo en todos los ámbitos de la vida. El Estado tiende instintivamente a expandirse, a acaparar más y más funciones, poder, dinero de los contribuyentes. En su afán de cuidarnos desde la cuna hasta la tumba, el Estado se ha arrogado ilegítimamente la función de eliminar nuestras incertidumbres y toma las decisiones por nosotros (y por nuestro bien).

2) La idea de que el Estado es un instrumento para transformar económica y socialmente las sociedades es compartida por todos los partidos políticos, sin excepción. Lo único que les diferencia son los fines que se proponen alcanzar y los beneficiarios de sus políticas.

3) En las democracias modernas, la división clásica del poder se ha quebrado y los Gobiernos han traspasado los poderes que las constituciones les habían asignado. Lo cual, dicho sea de paso, no hace a la nuestra muy liberal, que digamos, pese a que así la llamen. Hayek llamaba a este tipo de regímenes democracias ilimitadas. En las democracias de este tipo, los resultados no suelen ser los deseados o aprobados por la mayoría de los ciudadanos.

4) El poder político se olvida del interés general para centrarse en los grupos organizados de presión, a los que concede todo tipo de beneficios. Esto es lo mismo que decir que los Gobiernos se centran exclusivamente en sus propios objetivos, que suelen reducirse a uno: la conservación del poder. Los políticos actúan praxeológicamente, no catalácticamente.

5) Si algo caracteriza al Estado democrático actual es la hipertrofia legislativa y la mentalidad constructivista en las ciencias jurídicas. La ley se ha convertido en un medio para conseguir fines políticos. El Estado democrático se ha convertido en una institución moral. Se adueña de la moral y la legisla, es decir, elige los fines que deben perseguir los individuos y los impone.

6) El único que jamás tiene la menor intención de ahorrar es el Estado. Ahora, sorprendentemente, nos dice que la reducción del límite de velocidad es para que ahorremos. Quiere estimular el ahorro privado, lo cual a mí me parece perfecto; pero viniendo el estímulo de un Gobierno que ha gastado como si no existiese mañana y ha apoyado sin reparos el consumo frente al ahorro para revitalizar la economía (¡viva Keynes!)... pues como que no me lo creo.

7) El individuo adulto espera que el Estado elimine de la vida la crueldad y la incertidumbre, y que le compense por los sufrimientos, las frustraciones y las necesidades inherentes a la propia vida. Vivimos en sociedades infantilizadas donde la gente rehuye sus asuntos y sus responsabilidades, que confía al Estado. Gente, por tanto, que entrega su libertad y su autonomía.

8) El Estado utiliza las crisis para aumentar su poder y proponerse como solución a los problemas que él mismo ha creado. Es la paradoja del intervencionismo.

9) El Gobierno dice que quiere acabar con la dependencia energética, pero se niega a liberalizar el mercado energético y a confiar en la energía nuclear (que compramos a Francia).

10) El Estado no se puede limitar. Lo siento por los liberales ingenuos que creen en la división de poderes y las constituciones, pero el poder no se divide.

Esto, como digo, son reflexiones que se me ocurren a bote pronto. Por eso decía antes que la reducción de la velocidad es lo de menos, teniendo en cuenta lo que estamos viviendo y lo que se nos viene encima.



© Instituto Juan de Mariana

domingo, 13 de marzo de 2011

Sociedad terminal (IV-2): Simplicidad e incoherencia

Sociedad terminal (IV-2): Simplicidad e incoherencia: "
Javier Benegas

2.- Simplicidad e incoherencia

Durante años, este modelo, junto con sus signos estéticos, sus valores y su innegable vinculación ideológica, ha sido reproducido en multitud de acciones de comunicación, anuncios, actos, programas televisivos, fotografías, reportajes y eventos. Innumerables personajes lo han adoptado como propio y lo han exhibido en sus signos estéticos y en sus mensajes como modelo a imitar. Y su éxito ha sido innegable, no sólo por el nivel de propagación sino por la relevancia alcanzada y el grado de preferencia que ha logrado sobre el resto de modelos.

Sus mensajes, aún sin posibilidad alguna de interactuar con la realidad y de articularse de forma lógica, logran una y otra vez bloquear cualquier cuestionamiento racional gracias a su indudable atractivo, reduciendo cualquier discusión a cuestiones superficiales que, básicamente, se someten a binomios elementales como bueno o malo, guerra o paz, vida o muerte, ecologismo o contaminación, igualdad o desigualdad, solidaridad o egoísmo, simpático o antipático, moderno o antiguo. En una argumentación más práctica y realista, el modelo entraría en incoherencias como es el caso de defender la vida al mismo tiempo que se aboga por el aborto libre, o hablar de solidaridad siempre y cuando se trata de seres humanos de otras culturas o religiones o del Tercer Mundo, mientras que para con el vecino más cercano no existe en general una excesiva consideración, o defender presuntamente el ecologismo cuando se ignora que fabricar una sola placa de células solares genera una enorme cantidad de contaminación. Es la sencillez y el atractivo inmediato los que dinamizan al modelo. Y, al mismo tiempo, esa simplicidad lo limita produciendo numerosas incoherencias incompatibles con su longevidad.

A fin de cuentas, se trata de un modelo que, al margen de los mensajes grandilocuentes, no es capaz de integrar otros valores vitales para el individuo tales como el esfuerzo, el mérito personal, el trabajo y la responsabilidad. Y no sólo es que no los incorpore, es que provoca su extinción, liberando al individuo de esa pesada carga y proporcionándole engañosamente la promesa de una existencia trascendente a la vez que ausente de sacrificios. Según este modelo, un ciudadano puede renunciar al esfuerzo y a la responsabilidad personal al mismo tiempo que adquiere la capacidad de instaurar la paz mundial, defender la ecología y luchar por la igualdad y la solidaridad universal. Dentro de este modelo, cualquier individuo, sin necesidad de esfuerzo, es potencialmente un triunfador. No hace falta el estudio y el costoso aprendizaje, no ya para superar con éxito los retos cotidianos sino tampoco para saber cuál es la verdadera dimensión de los problemas que ponen en riesgo a la sociedad en la que viven, la dinámica de los mismos y sus complejas interacciones. Es tan simple como sumarse a un modelo social determinado y, una vez todos juntos, cambiar el mundo.

Al final, esta ventaja estratégica: la simplicidad, deviene en error “genético” y actúa como un virus que se activa tan pronto como el modelo empieza a reaccionar con la realidad, desmontando poco a poco el artificio. La personas que adoptan el modelo, sus signos externos y sus mensajes grandilocuentes, están predestinados como todos los demás a interactuar con el entorno más inmediato y a poner a prueba sus propias habilidades personales, es decir: todas aquellas cualidades propias de los valores convencionales que el modelo vigente ha extinguido. Y aquí es cuando empiezan los problemas. En un primer momento, las carencias pasan desapercibidas y quedan enmascaradas por el entorno que, en gran medida, está proyectado a imagen y semejanza del propio modelo. Pero es cuestión de tiempo que uno reciba mensajes diferentes, experimente planteamientos desde otras perspectivas y se enfrente a situaciones cotidianas que el modelo por sí mismo es incapaz de resolver.

Los mensajes inherentes al modelo permiten durante un tiempo evitar cualquier cuestionamiento al imposibilitar de raíz debates racionales, y reaccionar una y otra vez con respuestas simples y bipolares, es decir: bueno / malo, guerra / paz, ecológico / contaminante, moderno / antiguo. Pero, en la vida cotidiana, basar cualquier decisión personal en discriminaciones que no van más allá de bueno o malo, justo o injusto, ecológico o contaminante, paz o guerra, resulta del todo imposible: se hace necesaria una formación racional más compleja que tenga en cuenta la realidad inmediata del individuo. El modelo en sí puede resultar muy atractivo y sugerente, e incluso hacernos creer que detrás tiene mucho más que ofrecer. Pero lo cierto es que esas expectativas nunca se llegan a cumplir. En el día a día, la experiencia individual se va imponiendo y se van definiendo los verdaderos límites. Los efectos de esta traumática experiencia son diversos y producen a su vez diferentes reacciones. Por un lado, están quienes limitan su adhesión al modelo a cuestiones meramente cosméticas o interesadas que no exigen un verdadero compromiso, mientras que en su trabajo y demás cuestiones íntimas toman las decisiones en función de sus intereses particulares. Por otro, están quienes, desconcertados e incapaces de racionalizar lo que les sucede, se dejan arrastrar hacia la militancia más vehemente, o bien se desmoronan y se transforman en individuos apáticos, que tienden al relativismo y a rehuir toda responsabilidad. Y, por último, están quienes poco a poco van desechando el modelo y tratando de adaptarse a la realidad por sí mismos.

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Modelos sociales hacia el colapso (I)

Modelos sociales hacia el colapso (I): "
Javier Benegas

1.- Empobrecimiento social

Hoy, al margen de cualquier situación de crisis económica pasada, presente o futura, se puede constatar una alarmante proceso de empobrecimiento social. Es decir, estamos incursos desde hace ya años en una profunda crisis social. Si analizamos la evolución de la sociedad española desde los años 80 del siglo XX hasta la actualidad, comprobaremos que la clase media se encuentra en una tendencia de imparable recesión, camino de su desaparición o transformación en segmento marginal.

Hoy día la cifra de unidades familiares con ingresos superiores a 20.000 euros (tasa mínima anual para la clase media en la actualidad) han decrecido de manera notable en comparación con otras épocas, aumentando, por otro lado, los extremos: los ricos y los pobres. Desde el año 2000, la clase media ha perdido casi un millón de integrantes: 900.00 ciudadanos han pasado a formar parte de los segmentos más desfavorecidos. Mientras las minoritarias clases altas se han triplicado, un 58% de los ciudadanos (11 millones de trabajadores) gana en la actualidad 1.000 euros o menos, de los cuales un 30% se pueden considerar en el umbral de la pobreza y otro 20% extremadamente pobres.

'La actitud de los líderes políticos a día de hoy insiste en mantener un elevado grado de desinformación y contraponer a los acuciantes problemas sociales, modelos que se sostienen mediante reivindicaciones puramente cosméticas'

La tendencia al empobrecimiento generalizado de los ciudadanos no es privativa de España sino que se reproduce por toda Europa y, más recientemente, en EE.UU. Con esta situación social, cuando los efectos de la actual crisis se trasladen con toda su intensidad a los ciudadanos, el proceso de degradación pasará de ser alarmante a categoría de verdadera emergencia. Pero, pese a este inquietante panorama, en lo que a España se refiere, la constante imposición de modelos sociales inoperantes sigue imparable. La actitud de los líderes políticos a día de hoy insiste en mantener un elevado grado de desinformación y contraponer a los acuciantes problemas sociales, modelos que se sostienen mediante reivindicaciones puramente cosméticas, cada vez más alejadas de las cuestiones directamente relacionadas con la supervivencia de los ciudadanos.

El cuadro que se va dibujando con la actual distribución de la riqueza en España es más propio de un país emergente que de uno desarrollado. Pero si tenemos en cuenta la tendencia de cara al futuro, el panorama se presenta aún peor. Pese a esta tenebrosa perspectiva de empobrecimiento general de la población, lo que se incentiva desde el poder político son los modelos sociales artificiales, que anulan la capacidad individual del ciudadano para mejorar su futuro y le condicionan a tener que conformarse con interactuar como una parte irrelevante e indiferenciada de determinados colectivos, para terminar por combatir en muchos casos – eso sí, incruentamente y con cierta galbana – contra enemigos imaginarios, e incluso, y sin ser concientes de ello, contra sí mismos.

Dentro de este panorama de empobrecimiento generalizado, una muestra evidente del poder de destructivo de estos modelos sociales artificiales es, por ejemplo, que en un país sin prácticamente recursos energéticos como es España, se mantengan vigentes posturas políticas presuntamente progresistas-ecologistas que, mediante un discurso emocional y catastrofista, bloquean cualquier debate sobre el gravoso e ineficaz modelo energético.

Nuestro grado de dependencia de los recursos energéticos procedentes del exterior supera el 80%, cuando en países de nuestro entorno como Francia o Alemania ese nivel se reduce justamente a la mitad: el 40%, debido, entre otras razones, a que estos países han sabido conservar su libertad de decidir en función del interés general sin someterse a modelos sociales politizados. Aquí, en España, la implantación desde el poder político presuntamente progresista de los modelos sociales vigentes imposibilita de forma automática cualquier alternativa que no sea conforme a las consignas que se articulan a través de estos modelos. Es decir, tropezamos una y otra vez con los ya familiares y destructivos planteamientos bipolares de “bueno o malo” que arrancan de raíz cualquier posibilidad de debate racional.

La energía nuclear, tras años de demagogia ideológica, se ha convertido en anatema. Y el hecho de que la negativa a producirla en mayor escala se traduzca en tener que traerla desde Francia se oculta a la opinión pública. Por el contrario, gracias a la “dictadura” de los modelos sociales artificiales, la producción de energías alternativas como la eólica o solar gozan del favor político. Pero, pese al constante auge de estas últimas, lo cierto es que su peso específico dentro del cómputo total de la demanda sigue resultando desesperadamente irrelevante. Por el contrario, los costes de generación son muy elevados, a lo que hay que sumar el gasto añadido que representa para el Estado tener que subvencionarlas con dinero de los contribuyentes. Con todo ello, y gracias al triunfo de unos modelos sociales que impiden al ciudadano trascender a los clichés y ejercer un juicio racional en favor de su propia supervivencia, nos encontramos con varios efectos destructivos. El primero, mantener un elevado nivel de contaminación al seguir necesitando, pese a toda propaganda, la generación de electricidad mediante centrales térmicas. El segundo, dedicar una enorme cantidad de recursos económicos a la compra en el exterior de petróleo y de energía nuclear ya generada, lo que supone un imparable déficit en nuestra cuenta corriente que nos empobrece. Tercero, la imposibilidad de ser competitivos al tener que imputar unos costes energéticos muy elevados sobre la unidad de producto fabricado. Y cuarto, al repercutir sobre el consumo privado de las familias unos precios de tarifa cada vez más altos.

Así, la imposición de estos modelos sociales por parte del poder político, lejos de representar algún progreso tangible para la sociedad, lo que suponen es un aumento imparable de la pobreza. Y eso tan sólo en lo que a la política energética se refiere. Valores politizados, manipulados y sin duda llevados al extremo de ser convertidos en valores sintéticos para ser fáciles de integrar en los modelos sociales a propagar, generan efectos enormemente destructivos sobre la sociedad civil. La ecología y la sostenibilidad, tal cual son difundidos hoy día por infinidad de canales de comunicación, no son conceptos cuyo sentido esté sujeto a la realidad y al juicio de la razón, sino que se han transformado en consignas cuyo significado se ha desvirtuado. Y como tales colisionan con la realidad produciendo un daño irreparable.

No es en absoluto ecológico condenar a toda una sociedad a contaminar más, ni tampoco es sostenible que un país deba importar diariamente millón y medio de barriles de petróleo del exterior. Por otro lado, no se logra ningún beneficio social al hundir nuestra competitividad por culpa de los costes energéticos, como tampoco ayuda a mejorar el panorama de las nuevas generaciones el dejarles como legado un déficit exterior que les va a resultar imposible pagar.

Empobrecer a toda la sociedad mediante una estrategia de extinción de valores fundamentales y su suplantación por otros sintéticos que no pasan de ser simples caricaturas, no es precisamente algo que esté en línea con el progreso y el Estado de Bienestar. Muy al contrario, se está poniendo en grave riesgo los logros sociales y se hace imposible reconducir la situación actual. Pero detrás de este empobrecimiento general de la sociedad se esconde una estrategia política que va más allá. Unos segmentos sociales más debilitados y alienados se vuelven más dependientes del Estado y, por tanto, del poder político. El ejemplo más claro lo tenemos en Andalucía, donde tras décadas de un grandioso derroche del dinero de los contribuyentes, en teoría con el fin de buscar la convergencia con las regiones más desarrolladas, el empobrecimiento social, lejos de remitir, ha sido vertiginoso y ha avanzado en paralelo a la imparable política del subsidio en cualquier forma. Esta situación favorece sin ninguna duda a los discursos populistas que de manera creciente se están generando desde la clase política española.

Los ciudadanos, cada vez más empobrecidos, acomodados e incapacitados para buscar salidas por sus propios medios, vuelven la mirada hacia las administraciones públicas y hacia el poder político en demanda de ayudas sociales. El resultado es el aumento constante del grado de dependencia, que a su vez redunda en un mayor intervencionismo de lo público en lo privado, el auge imparable del nepotismo, la corrupción y el clientelismo.

Esta situación, hasta ayer exclusiva de algunas regiones, amenaza con extenderse al conjunto del país a la vista del empobrecimiento social generalizado. Y añade otro factor inquietante. Ante el incremento del número de personas que dependen para subsistir de las ayudas estatales y que, por lo tanto, dejan de crear riqueza para el conjunto de la población, el Estado opta por recaudar más dinero de los segmentos sociales productivos (las clases medias) para sostenerse, aumentando la presión contributiva y la intensidad del expolio, lo que a su vez redunda en el empobrecimiento paulatino de los contribuyentes netos. El resultado es un circulo vicioso que se retroalimenta, acelerando vertiginosamente el empobrecimiento de la sociedad.

Sea cual sea la crisis económica en curso, es evidente que las políticas intervencionistas, y muy especialmente las presuntamente progresistas, están contribuyendo decisivamente al agravamiento de una crisis social profunda de la que muy pocos personajes relevantes hablan pese a que es ya un hecho incontestable. Los ciudadanos somos cada vez más vulnerables, menos autosuficientes y más dependientes. Más y más individuos que, o bien fueron en su momento seducidos por los modelos sociales politizados, o bien lo serán irremediablemente en el futuro, terminan sumándose, por pura necesidad y falta de alternativas, a los discursos populistas y serán sometidos por los valores sintéticos difundidos desde el poder político.

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Modelos sociales hacia el colapso (II)

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Javier Benegas

2.- Mileurismo

En la sociedad española actual, tal cual está el panorama, todo es susceptible de empeorar. Gracias a un empobrecimiento imparable que extingue a buen ritmo a las clases medias - reducto último de la sociedad civil con alguna capacidad de respuesta -, los segmentos sociales que van proliferando están cada vez más a merced del poder de la comunicación en cualquier forma. A fin de cuentas son fruto en buena medida de esta grandiosa obra de ingeniería social, y su naturaleza les hace ser por definición poco resistentes a sucesivas manipulaciones y mutaciones.

Las nuevas generaciones, dejadas al albur de un sistema educativo ineficiente, donde el principio de autoridad está abolido y el valor del esfuerzo carece de vigencia, van poco a poco deslizándose por una suave pendiente de autocomplacencia y relativismo. Las familias de las que provienen, imposibilitadas ya de proveerles como antaño de nuevas oportunidades y de contrarrestar los infinitos y destructivos estímulos que reciben de casi todas partes, lentamente van renunciando a la educación en casa y a la necesaria inculcación de principios y valores, dando la batalla por perdida. En la actualidad, a la hora de hablar de la labor propia de maestros y docentes y del fracaso del sistema educativo en sí, es algo recurrente devolver la pelota a los padres y hacerles responsables en gran medida de este desastre. Y puede que sea cierto. Pero si se analiza con detenimiento la situación real en la que se han de desenvolver las familias, esta conclusión resulta demasiado interesada.

Hoy día, en las familias con hijos, lo habitual es que ambos cónyuges trabajen. Esto se debe a dos motivos: al mismo tiempo que se ha impuesto la norma de que las personas sólo pueden realizarse a través del ejercicio de una profesión, lo que ha llevado a la mujer en masa al mercado laboral y a dejar el hogar en segundo plano, el constante aumento del coste de la vida hace cada vez más inviable que una familia salga adelante sin que ambos, hombre y mujer, trabajen y aporten conjuntamente los ingresos con los que cubrir las necesidades de la unidad familiar. Esta circunstancia, unida en el caso español a unos horarios laborales incompatibles con la conciliación familiar, trae consigo un menor contacto de los padres con los hijos. En las grandes ciudades, esta falta de dedicación a la educación de los hijos se agudiza al tener que destinar un tiempo añadido a los desplazamientos desde casa al trabajo y viceversa, el cual se calcula que oscila de 90 a 120 minutos diarios. El resultado es que entre semana muy pocas familias pueden compartir el momento de la comida y una mínima sobremesa: padres e hijos comen fuera. Además, una vez finalizada la jornada laboral, y tras haber dedicado tiempo y paciencia al trayecto de vuelta a casa, se encuentran cansados cuando no agotados. Y es en ese momento del día, en el que la familia por fin está reunida, cuando la televisión hace acto de presencia, asume el control y empieza la incesante lluvia de mensajes, valores sintéticos y modelos sociales artificiales. La programación, de muy baja calidad, con shows y teleseries cuyos contenidos van desde las pasiones más bajas hasta el humor más chabacano; los informativos, saturados de sucesos y violencia sin aviso previo; y la publicidad, que en horario infantil desliza con demasiada frecuencia spot sólo aptos para adultos cuando no son otros donde lo friki es el leitmotif, cumplen una indeseable labor educativa en niños y adolescentes en sustitución de la función propia de los padres. Estos contenidos, que los más jóvenes obtienen a cambio de la necesaria relación con los padres, no terminan con la jornada. Al día siguiente continuarán vigentes en las conversaciones que van a mantener en el colegio con compañeros y amigos, muchos de los cuales se encuentra en una situación familiar igual o similar a la suya.

Toda esta problemática, además de obrar daños irreparables en el proceso de maduración de los jóvenes, se ha instrumentalizado por parte del poder político, que, lejos de ayudar a las familias, ha dado una vuelta de tuerca más en su omnipresencia en la vida privada de los ciudadanos. La “solución” propuesta desde el Gobierno es la de crear una nueva asignatura, mediante la que sumar a los más jóvenes a los modelos sociales politizados. La Educación para la Ciudadanía, además de tener un nombre que parece extraído de una novela de George Orwell, es a todas luces una asignatura más propia de un estado totalitario que de una democracia occidental consolidada.

Los ciudadanos que no adquirieron los conocimientos necesarios cuando debían, terminan siempre por ser un problema. Pero representan un problema aún mayor aquellos que, además de no haber adquirido los conocimientos necesarios, tampoco han desarrollado en su juventud el hábito del esfuerzo. Estos últimos serán casi irrecuperables y estarán destinados a permanecer por siempre en el entorno del mileurismo. Así que cuanto mayor sea el fracaso escolar y menor la influencia familiar, mayor será el número de candidatos a engrosar y permanecer por tiempo indefinido en el segmento de los mileuristas y, en consecuencia, más grande se hará el problema. Para complicar aún más las posibilidades de regeneración social, un gran número de estos ciudadanos, influenciados por una cultura casi exclusivamente televisiva y/o mediática, bajo la cual apenas sobreviven unos conceptos básicos y unos valores intemporales, son fácilmente manipulables a través de la propaganda. Al no tener como referencia modelos claros y consistentes, están en disposición de asimilar o imitar aquellos que son la tendencia en cada momento, sobre todo si se acompañan de la promesa de un menor esfuerzo y un mayor subsidio. Por otro lado, al ser personas condenadas a una baja relevancia social y sin expectativas, prefieren relativizar lo que sucede, pudiendo llegar en ocasiones a confundir la realidad con la ficción, y entendiendo su propia vida como si se tratara de una teleserie de bajo presupuesto e imaginándose a sí mismos como sus personajes.

Es muy posible que se deba a ello que, de un tiempo a esta parte, se reaccione con tanta emotividad lacrimógena y vehemencia frente a determinados sucesos que son difundidos machaconamente por un gran número de medios de comunicación. Sea o no causa y efecto, resulta evidente que existe una mayor compulsión hacia un protagonismo infantil y una actitud exhibicionista que se agudiza cuando un suceso es elevado a la categoría de fenómeno social. De lo que no hay duda es que esta propensión al exhibicionismo emocional es utilizada por el poder político como mecanismo de control y movilización. Por su parte, los canales de información proporcionan cobertura, difundiendo con gran profusión de medios la falsa imagen de una sociedad reactiva y beligerante, cuando en realidad se trata de ejercicios de histeria colectiva, más próximos a una terapia de grupo que a movilizaciones espontáneas de la sociedad civil con algún objetivo duradero. Al final, estos artificios quedan reducidos a manifestaciones puntuales de una gran multitud de individuos que, por un tiempo breve y con valor perentorio, liberan un sentimiento superficial tendente a lo lacrimógeno y que, sobre todo, están muy atentos a salir en la foto. Cuando estas impostadas convulsiones multitudinarias cesan - y tan pronto como los medios de comunicación pasan página, las lágrimas se secan -, desaparecen los ecos de la impostura sin dejar rastro y todos vuelven a sus quehaceres, de nuevo dependientes de la programación televisiva y abonados a los shows y teleseries populistas con los que se reconfortan al ver representados modelos sociales que les resultan oportunamente familiares.

Ni todo mileurista que encaja dentro de un perfil actúa de igual manera (hay personas que, pese a toda limitación, desarrollan una capacidad de lucha que es innata al ser humano), ni todo mileurista responde a un mismo perfil. También existen ciudadanos procedentes de familias que en su momento se preocuparon por proporcionarles la mejor formación que pudieron pagar, cuyos estudios y preparación son superiores a su nivel de ingresos y que desarrollan un trabajo en trance de permanente provisionalidad. Suelen ser personas jóvenes - y no tan jóvenes - que se dedican a actividades más cualificadas pero mal remuneradas, y se encuentran atrapados dentro de un mercado laboral precario que sólo ofrece trabajos temporales con los que resulta imposible desarrollar una carrera profesional con proyección. Las razones de esta paradoja son variadas. Pero la primera y fundamental es la propia naturaleza del tejido productivo, que depende abrumadoramente de la demanda de empleo generada por las pequeñas y medianas empresas (se estima que más del 70% del empleo total depende de las PYME). Y éstas son cada vez más dependientes de los grandes grupos de presión que dominan el mercado y las oportunidades de negocio en su origen, a través de posiciones dominantes y de las oportunas conexiones políticas.

En cierta forma podemos decir que hoy día existe un impuesto de actividad económica encubierto que proviene de la falta de separación entre lo público y lo privado, lo que genera una corrupción cuyos costes son cada vez más elevados. Y estos costes se repercuten en el tejido productivo, es decir: en las pequeñas y medianas empresas y en los trabajadores, dando lugar a una masa laboral con ingresos bajos y a una falta de especialización y competitividad endémicos. En un contexto así, una de las soluciones de compromiso que se propone es compensar a las pequeñas y medianas empresas con una reducción de impuestos para elevar sus beneficios e incentivar de forma realista una inversión necesaria en I+D+I, acorde con los tiempos que vivimos. Esta solución, aunque no es la panacea, permitiría a muchas pequeñas y medianas empresas tener una mayor proyección en el mercado interior e incluso exterior y, gracias a ello, generar puestos de trabajo más cualificados y mejor remunerados. Pero, a largo plazo, sería sólo una solución de compromiso. Las verdaderas medidas a tomar son otras mucho más comprometidas y difíciles: aquellas encaminadas a revertir la actual situación de deterioro político y corrupción galopante.

Independientemente del perfil que corresponda en cada caso, y del tipo de respuesta que desarrolle cada individuo por separado, el mileurista es el resultado de un sistema básicamente manipulador y depredador que, por un lado, extingue los modelos sociales consistentes y, por otro, imposibilita el desarrollo de un tejido productivo competitivo al repercutir sobre la sociedad unos costes insostenibles que la van empobreciendo. Millones de ciudadanos, incapacitados para mejorar su situación y sin expectativas, no encuentran motivación. Con el paso del tiempo y sin posibilidad de mejora en sus condiciones de vida, se vuelven vulnerables a cualquier estímulo que les haga olvidar su frustración, aunque sea de forma pasajera. Muchos de ellos echan la culpa al sistema – no sin parte de razón – y se rinden a los modelos sociales progresistas y a sus mensajes populistas, contribuyendo sin saberlo al agravamiento del problema al mantener en el poder a una casta política que es la máxima expresión de la perversión del sistema, que derrocha y expolia a la sociedad a partes iguales y acelera de manera vertiginosa el empobrecimiento social. Otros, no se abonan a tendencia alguna, simplemente se dejan estar y quedan a merced de un universo mediático con el que evadirse de la realidad. Su compromiso social se reduce a votar cada cuatro años, dejando el sentido de su voto a expensas de quién domine el mayor número de canales de comunicación.

A todo lo dicho anteriormente hay que añadir que, desde hace unos años, el fenómeno de la inmigración ha venido a acelerar el imparable proceso de conversión social al mileurismo. Por una parte, porque la inmensa mayoría de inmigrantes directamente pasan a engrosar la masa social de mileuristas. Y, por otra, porque ante la necesidad acuciante, muchos llegan a realizar su trabajo cobrando menos de mil euros mensuales. Estas dos circunstancias son fuente de conflicto entre individuos que, a fin de cuentas, se encuentran en una situación de pobreza, falta de expectativas y precariedad laboral muy semejante. En tiempos de crisis económica y de imparable aumento del desempleo, la conflictividad social en este amplísimo y diverso universo mileurista previsiblemente irá en aumento. Entre tanto, el poder político, con el fin de preservar sus privilegios, trata de confundir a todos ellos aumentando el tono populista de sus mensajes, prometiendo nuevos subsidios y elevando el nivel de dependencia, a la vez que pone un gran empeño para adaptar sus modelos sociales artificiales a las nuevas circunstancias. Se adula a los mileuristas mientras se señala con el dedo a enemigos imaginarios como responsables de sus penurias y, con el fin ganarse el favor de los ciudadanos inmigrantes, se difunden mensajes de integración que carecen de verdadero contenido. Todo ello enmarcado dentro de un eje de comunicación buenista, mediante el que la perversión de los valores y conceptos alcanza cotas desconocidas. El término “xenófobo” se instrumentaliza y pierde su verdadero significado, y se generan polémicas artificiales que impiden cualquier planteamiento racional capaz de abordar el problema más allá del inmediato interés electoralista. A mi juicio, para este sistema partidocrático, los mileuristas son estrictamente una bolsa de votos que consideran por naturaleza muy cercana a sus modelos sociales artificiales y, por tanto, deben ser fácilmente manipulados. Con todo ello, los problemas, lejos de ser resueltos, son reducidos una vez más a una estrategia propagandística, mediante la que integrar a los mileuristas dentro de su proyecto de ingeniería social como una pieza más.


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